viernes, 6 de mayo de 2011

Prólogo

Prólogo



Deseaba que llegara ese día con desesperada ansia. Mis amigas me habían contado siempre lo maravillosas que eran sus vacaciones en la playa, el calorcito del sol, la suavidad de la arena, la frescura del agua salada… pero yo nunca había tenido la suerte de poder ir. Por eso, ese día, era muy especial para mí. Sería la primera vez que iría a la playa. A mis seis años no entendía la preocupación de mis padres por el mar. Decían que era peligroso, nada de fiar. Razón por la que nunca habíamos ido.


Alison, mi madre, con su voz angelical, me apremió a ponerme el bikini. Era mi favorito. Su fondo verde contrastaba perfectamente con sus lunares blancos, además tenía un pequeño volante en la parte inferior. Como era de esperar, no sabía nadar. Cogí mi flotador con cabeza de dinosaurio, era de color aguamarina con rayas amarillas y, aunque me daban mucho miedo los monstruos, éste me parecía muy gracioso e inofensivo. Bajaba saltando y cantando por las escaleras cuando de repente, oí un grito. Me escondí detrás de la puerta, solo logré ver una enorme sombra peluda. Lo sabía, papá y mamá me habían dicho que no existían, pero eso solo podía ser una cosa: un terrible monstruo.


Por suerte mis padres me habían enseñado que en caso de peligro cogiera el teléfono y marcara el 091. Corriendo aferré el teléfono y marqué. La voz grave de un hombre sonó tras el auricular, que preguntó qué ocurría y yo, llorando, conseguí responder:


-Ayuda. Mis papis están mal, hay un monstruo gigantesco atacándolos.- El policía soltó una risotada. Estaba claro que no me creía. Pero cuando oyó el chillido que dio mi madre dejó de reírse.



-Niña hazme caso, iremos allí enseguida. Escóndete en el rincón más alejado de donde este el monstruo, ¿vale bonita? Y no hagas ruido.


Como la niña bien educada que era, me escondí dentro del armario que había bajo las escaleras. Los ojos se me inundaron de lágrimas. Me tapé los oídos, no quería escuchar nada, tenía miedo, y los monstruos podían olerlo. Unos segundos más tarde, que a mí me parecieron horas, la puerta de la casa se derrumbó con un sonoro estruendo. Policías armados y fuertes entraron en la casa, espantando al monstruo y salvándome de la agónica pesadilla.


Desde ese día vivía con mis tíos y mi prima, Nicole. Simplemente intento no recordar aquel fatídico día. Ese día en el que me quedé huérfana.