lunes, 26 de septiembre de 2011

Capítulo 18 (Parte 1)









18. Él



Comencé a transformarme de nuevo en la persona de rizos castaños que era. Necesitaba comunicarme con Nicole. Aunque había vuelto a mi aspecto de siempre, la cara de mi prima seguía petrificada y carente de expresión.



–Nicole, esos hombres nos persiguen por lo que somos –comencé, mirando de reojo a Derek y Johnny–. Tenemos que adentrarnos en el bosque e intentar encontrar un sitio donde dormir. Así, que si no es mucho pedir, móntate sobre Derek y vámonos. –Su risa relajó la tensa situación en la que nos encontrábamos.



–Nunca me habían obligado a subirme encima de un chico –bromeó–. Pero si lo pides así… –Obviamente no me había percatado del doble sentido que se le podía dar a mi “orden” y me reí por lo bajo. El comentario parecía bastante infantil, sobre todo teniendo en cuenta que unos hombres nos perseguían con intención de matarnos.



De buena gana se montó sobre Derek y, tras convertirme en lobo, corrimos en busca de nuestro destino. De nuevo, mis sentidos agudizados captaron todo aquello que me rodeaba con absoluta precisión. Podía olerlo todo, oírlo todo. La sensación era estupenda, difícilmente descriptible. Llevaba tanto tiempo sin sentir aquello que no me había dado cuenta de lo mucho que lo había echado de menos. Sentir el suelo bajo mis garras y el viento azotando mi pelaje era una de las experiencias más inolvidables y extraordinaria de toda mi vida.

Llevábamos horas corriendo por el frondoso bosque, nos habíamos alejado de forma considerable de la civilización. De repente, Derek y Johnny se detuvieron sin razón aparente. Hasta que percibí el olor. Un olor que solo podía ser una cosa: fuego. Nos convertimos inmediatamente en humanos.



–¿Sabéis lo que eso significa? –Queroseno y madera carbonizada igual a alguien para provocarlo.



–Sí, deberíamos integrarnos. Si vamos solos probablemente nos acojan –dijo Johnny poco convencido–. Los montañeros tienen fama de cordiales. Con forma humano podríamos escondernos entre ellos. –Estaba de acuerdo con él. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Tenía un presentimiento, pero no podía notar si era bueno o malo, simplemente sentí un hormigueo en el abdomen. ¿Y si eran guerreros? Salimos de detrás de los árboles y atisbamos en el horizonte una pequeña casa de madera de lo más acogedora. Igualita a las que se veían en las revistas de montaña. La casita en cuestión estaba cercada y poseía un pequeño huerto. Los que habitaban allí debían de subsistir a base de los productos que ellos mismos cultivaban… y/o cazaban. Mientras nos acercábamos con cautela, se perfiló una pequeña figura entre las plantas, tenía el pelo oscuro y liso. Recibí un empujón mental. Se parecía muchísimo a Emily, la niña pequeña de los Parker, la familia que tanto me había cuidado y con la que había aprendido a ser un buen lobo. Conforme me adelanté al resto del grupo recibí otro golpe mentalmente, como si me hubiesen soltado un puñetazo en el estómago. No solo se parecía a Emily. ERA Emily. Las lágrimas se agolparon valerosas sobre mis ojos. La había dado por muerta. La niña viró el rostro hacia mí y sonrió sorprendida. Corrí a su encuentro y la estreché entre mis brazos, tan fuerte que por un momento pensé que la rompería. Sin embargo, era una pequeña lobita muy fuerte. Ahora las lágrimas enrojecieron mis ojos y bajaron lentamente formando meandros sobre mis mejillas.



–¡Henry, Sandy ha vuelto! –gritó la pequeña. Al oír el su nombre los sollozos aumentaron y el corazón me latió a mil por hora.



–Emily –chistó cansado–, te he dicho muchas veces que Sandy no va… –Henry apareció por la puerta principal y enmudeció nada más verme–. Sandy… –susurró­–. Estás… estás viva, estás aquí –finalizó entre susurros. Henry se acercó a mí corriendo y me abrazó incluso más fuerte que como lo había hecho yo con la niña. Respondí a su abrazo sollozando aún más afanosamente sobre su hombro. No podía creerlo. Por un momento me olvidé de Johnny, Nicole, Derek, de Evan, del barco y me dejé llevar por la implosión de adrenalina que recorría mi cuerpo de forma desesperada. Su cara de asombro mostraba que se alegraba tanto de verme como yo a él.



Henry. Aquel con el que había cazado todas las mañanas, el que me había enseñado a cazar, el que me comprendía, mi fiel amigo, aquel con el siempre podía contar. Su pelo dorado seguía igual de maravilloso que siempre, sus ojos castaños me miraban con anhelo, pero parecían más cansados desde la última vez que los vi. Había crecido unos centímetros y su espalda se había fortalecido, ensanchándola así. Nunca me había fijado en él con tanta desesperación, lo había hecho muchísimo de menos. Haberlo perdido había sido como perder una parte de mí.

Capítulo 18 (Parte 2)









–Sandy, estás bien… ¿Cómo habéis logrado sobrevivir? –miró a Johnny y a Derek que se encontraban detrás de mí y se tensaron sus músculos–. Cuidado, Sandy –prosiguió, echándome hacia atrás con un brazo–, os han traicionado, son guerreros. Los reconocí antes de que tú llegaras a casa.



–No, Henry. Ellos son como nosotros. Son licántropos. –Tras haber dicho esto pareció relajarse un poco, pero seguía sin confiar en ellos. Volvió a fijar la vista en mí.



–Sandy, tengo tanto que contarte, tanto que compartir… ¿Te vas a quedar, verdad? –Su mirada se dirigía suplicante, como la de un perrito cuando quiere comida.



–A decir verdad, nos vamos a quedar –recalcué el plural mientras miraba al resto–. ¿Seríamos una molestia?



–Con que tú te quedes me vale. Os enseñaré la casa, me ha llevado meses arreglarla, pero está casi terminada. La encontré hecha una ruina. Toda la parte de atrás no la he reformado, la he dejado como la encontré, así que si necesitamos más habitaciones solo tenemos que reconstruir esa parte. Una mano de pintura, unos cuantos muebles y voilà. Vamos a estar todos muy cómodos, aunque quede mal que lo diga yo, es muy acogedora. –Johnny puso los ojos en blanco, pero Henry no pareció darse cuenta–. Estoy deseando que volvamos a cazar juntos.



–Ejem, ejem… –carraspeó Johnny para llamar nuestra atención. El afecto con el que nos habíamos tratado el “nuevo” y yo no le había hecho mucha gracia.

–Ah, Henry, éste es Johnny, mi… –dudé. ¿Cómo etiquetar nuestra “relación”? Una cita y un beso. Normalmente sería un rollo, pero no quería pensar eso, ¿un amigo?… Johnny notó mi indecisión y él mismo tomó las riendas.



–Su novio. Encantado, Henry –dijo con cara de haber vencido en algo.



El rostro de Henry cambió inmediatamente. El brillo en los ojos se había disipado, al igual que su sonrisa. Pareció recibir la noticia del mismo modo que Johnny la muestra de afecto. No le hacía mucha gracia que yo tuviera novio. Eso me sorprendió. Era mi mejor amigo, debería alegrarse por mí.



–Sandy y yo saldremos a cazar. Nicole, ¿te importaría cuidar de Emily?, volveremos enseguida. –Mi prima asintió silenciosamente. Ni siquiera me preguntó, ni me miró, pero si había notado como su voz pasaba de dulce y emocionada a desilusionada e incómoda.



Salimos al jardín y, con garras lobunas, corrimos hacia el bosque. Esta vez el lobo que habitaba en mí no mitigó la extraña sensación que había ocasionado el inusual comportamiento de Henry. En ese momento era más importante lo que él quería decirme que toda la alegría que me embargaba por dentro. Antes de llegar a un claro del bosque supe que no había animales cerca. No captaba el olor. Hacía tiempo que no cazaba, tal vez eso había aminorado mis aptitudes, pero si percibía el resto de aromas. Los pinos, la hierba húmeda, algún que otro pájaro… pero eso no servía para alimentarme. Era obvio que Henry me había llevado allí para hablar. Y eso era raro en él. Solía darle igual quién estuviera presente, ni siquiera su madre le preocupaba… ¿Habría sobrevivido Becca al incidente?



–Sandy, quiero decirte una cosa –comenzó, después de volverse humano y yo imitar sus pasos–. No me resulta fácil, yo… –Pero pareció no saber terminar la frase. Estaba nervioso y pensando lo que iba a decir. Cosa excepcional en él. Una minúscula gota de sudor apareció en su frente.



–Tendríamos que estar cazando, Henry –apremié. Tal vez eso le devolvería a la realidad, a ser el chico rubio que yo conocía, mi amigo fiel.



–Antes de que vayas en serio con ese… tío –prosiguió con desprecio, haciendo caso omiso a mis suplicas–, tengo que decirte lo que siento. Yo, desde que te vi… –Espera, ¿lo que siente? Esto empezaba a sonarme a novela romántica. Pero no podía ser, Henry no podía sentir nada por mí. Son imaginaciones tuyas, me repetí, quiere decirte que le parece peligroso, que no confía en él y que debes tener cuidado.



–Henry, llevo horas corriendo, tengo hambre –sentencié. Teníamos que centrarnos en la caza, no quería un sermón de sobre la prevención. Escruté su rostro durante unos segundos. No se daría por vencido, lo veía en sus ojos. Debía dejar que soltara lo que quisiera sobre Johnny, asentir como a los locos y después podríamos irnos.



–Simplemente no entiendo como no te das cuenta. Sandy, estoy enamorado de ti. –Henry era como yo. Soltaba las cosas de sopetón, como jarros de agua fría que provocan que miles de agujas se te claven anestésicamente. Pero su declaración no fue así, una oleada de calor me invadió por completo y aumentó cuando se acercó a mí hasta el punto en que nuestros labios se encontraron. Entonces me besó. Me besó como si nada más importara. Amor, dulzura, protección, pasión. Miles de sensaciones, incluso desconocidas, se trenzaron por mi mente anegándolo todo. Solo quedábamos él y yo. Me amaba. ¿Cómo no me podía haber dado cuenta? No había sido capaz de mirar más allá de mis narices. La forma de mirarnos, siempre estando juntos, todo


Se dice que el amor es ciego. Pero no se decía que la gente era tan gilipollas que no se daba cuenta de ser amada.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Capítulo 17 (Parte 1)




17. Desembarcando


Derek no era tan comprensivo como Johnny. Él quería vengarse de Evan. Por suerte, lo había convencido para que primero hablara con Nicole y pudiesen arreglar lo suyo. No había logrado pararle los pies, pero gané tiempo. Mientras él se alejaba en dirección a mi camarote, yo entré al de Johnny.


–Hola –dije saludándolo. Jopetas. Menuda birria de saludo. Ya que no sabía volver al pasado, intenté mejorarlo–. ¿Qué tal estás?


–Hola, mi niña. –Mi apelativo cariñoso seguía haciéndome reír. Le miré fijamente. La luz del sol naciente bañaba su rostro, iluminando sus preciosos iris que ahora parecían más claros. Llevaba una camisa de cuadros rojos, encima de una camiseta blanca, vaqueros y unas Converse rojas. Sencillamente impresionante. Tenía expresión dulce y parecía tranquilo. Se me encogió el corazón. Me gustas, quise añadir a mi patético saludo. No pareció darse cuenta de mi intento por mejorarlo. Simplemente sonrió–. Muy bien, ahora que estás tú aquí. Estaba pensando como dejarle las cosas claras a ese inútil. –Hice oídos sordos ante aquellas palabras. Tenía intención de convencerle de que parase los pies a Derek. No nos convenían las peleas. Ya me había arriesgado yo lo suficiente. Tenía que hacerle cambiar de opinión.


–Tengo una buena y una mala noticia –apresuré a decir. En realidad, no sé por qué lo había expresado así. Normalmente, la gente prefiere llevarse la decepción antes. De todas formas, le diría primero la buena.


–Dime la mala –respondió. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué barbaridad! Qué cosa más singular…


–Pues no –sentencié–. Primero te voy a dar la buena: Derek va a reconciliarse con Nicole. Lo conseguí –sonreí de oreja a oreja. No mostró mucha alegría por la noticia, pero aún así, intentó mostrar satisfacción. No querría parecer maleducado.


–Admirable. Sabría que lo lograrías. Al fin, los cuatros podremos ser felices y comer perdices. ¿Cuál es la mala noticia? –preguntó a punto de reventar. La duda de que fuera un actor de cine infiltrado entre guerreros y lobos, quedaba oficialmente descartada.


–Le conté a Derek mi encuentro con Evan –confesé–. Fue él, el que lo engañó para que zanjase su relación con Nicole. Derek está hecho una fiera. Cuando termine de arreglar las cosas con mi prima, irá a por él –musité lo más bajo posible. Daba igual lo susurrante que lo dijera. Él me oía a la perfección.


–… –dudó–. Me parece bien. –¿Cómo? ¡He venido a ti para que le pararas los pies, no para que te pusieras de su parte!, quise gritar. Las cartas se apostaban en mi contra. Eran amigos desde hacía tiempo. Compartían un gran secreto. Johnny también quería darle una lección. Solo había una jugada que podía aprovechar.


–Nos descubrirían. ¡Es demasiado imprudente! Queda poco para embarcar. No debemos arriesgarnos a eso –insistí. Había echado mis últimas cartas sobre la mesa. Todo a una. Quien no arriesga no gana, pero esta partida ya la tenía perdida. Era demasiado tarde. No había reaccionado a tiempo.


–No tienen por qué enterarse. Simplemente le ajustaremos las cuentas y después… ya veremos –continuó pícaramente. Por unos instantes, mi príncipe azul, se convirtió en un matón de tres al cuarto. Uno que solo quería proteger su reputación de chico malo.


Salió del camarote en dirección al mío. El pasillo se alargaba, estrecho, enjuto, enfilado. Intenté frenarle. Johnny me miró de arriba abajo, me agarró por la cintura hasta dejarme sobre su hombro y continuó caminando sonriente. La palabra <>, en su vocabulario, debía ser un sinónimo de ponte las pilas. ¡Me llevaba como si fuera un saco de patatas! Por mucho que pataleara no conseguía mi propósito: Que me soltara. Llegamos a la puerta y vimos que Nicole y Derek salían de ella. Cogidos de la mano. El Señor Rubiales parecía mucho más relajado y mi prima, después de todo, aliviada. Ahora ya solo nos quedaba un problema entre manos. Uno muy alto con pelo oscuro y ojos claros que se encontraba justo debajo de mí.


–Vamos a darle su merecido a ese gilipollas. Aprenderá a no meterse con nuestras chicas –canturreó Johnny como todo un machote. Tras haber dicho esto, agarró mi cintura y me bajó hasta dejarme de pie al lado de mi prima. Le dirigí una mirada asesina y furibunda y se marchó con Derek a paso ligero. Rápidamente relaté lo sucedido minutos atrás a Nicole. Teníamos que intentar que no se descontrolaran.


–Estoy de acuerdo contigo, amigo –incidió Derek. Parecía que iban a divertirse, como si fuera el pan de cada día. ¿A caso no sabían en lo que se estaban metiendo? Era peor que eso. Lo sabían y aun así querían pringarse en ello hasta saciarse. Una voz habló a través de unos minúsculos altavoces situados por todo el barco:


“–Pasajeros del Holy Apple, les recordamos que tras estos largos días de viaje casi hemos llegado a puerto. Por favor, vayan recogiendo sus pertenencias. Pisaremos tierra en cinco minutos.”


Si algo salía mal tendríamos el tiempo justo para salir cagando leches. Al llegar a la cubierta, Derek cogió a Evan del brazo fuertemente y lo llevó a la bodega. A la bodega donde Johnny y yo habíamos compartido nuestra primera cita. Este lugar me traía demasiados buenos recuerdos, recuerdos que quedarían tapizados y bien mezclados con lo que estaba a punto de suceder.


–Hola, Evan. ¿Tan solo y amargado estás, que te dedicas a joder a los demás? –bramó enfurecido Derek. ¿Desde cuándo soltaba tacos? Evan encogió el rostro. Por primera vez, vi el miedo reflejado en sus ojos. Un destello que duró un segundo. Instantáneamente su cara pasó a la furia–. ¿Pero qué te pasa? –continuó picando el Señor Rubiales como si le hablara a un bebé–. ¿Te metes con nuestras chicas, pero no eres capaz de dar la cara delante de nosotros?


–Te crees el ombligo del mundo, capullo. Son unas putas sirvientas que no sirven para nada, solo dan placer, y las que no, son un lastre innecesario ­–escupió Evan fuera de sus casillas, mirándome. El insulto iba dirigido en especial a mí.


Tenía ganas de soltarle un buen mamporro. Convertirme en lobo y darle una paliza de las de aúpa. No era el momento ni el sitio adecuado. ¡No, ahora no!, gritaba mi mente. Pero cuando Evan me miró de arriba abajo con asco y desprecio en los ojos no pude contenerme: alcé el puño en alto y le solté un derechazo en la mandíbula. La cagué. La cagué pero bien. Demasiada fuerza, demasiado frenesí. El brazalete resbaló de mi muñeca y cayó al suelo con un golpe sordo. Intenté cogerlo al vuelo, tapar aquello que me hacía diferente al resto de sirvientas, sin embargo, fue en vano. La vio. Había intentado evitar ese momento desde el principio, me rebané los sesos para que ni Johnny ni Derek cometieran una estupidez, pero después de todo se me había olvidado lo más importante: tener cuidado yo también. Me había dejado llevar por la situación. Cometí el error que intentaba evitar a toda costa.

Capítulo 17 (Parte 2)


–¡Hombres lobo! ¡Alerta! ¡Hombres lobo! ­–chilló Evan, pálido como el mármol. Derek le propinó un puñetazo lo suficientemente fuerte como para dejarle inconsciente. Tras la puerta que nos separaba del pasillo se oyeron pasos que bajaban y corrían en nuestra dirección, en busca del punto de origen de la alarma. Por mi culpa nos iban a matar. Había jugado con la suerte. ¿Cómo había podido ser tan tonta?

“–Pasajeros del Holy Apple, les informamos de que acabamos de atracar. Por favor, recojan sus últimas pertenencias y salgan de forma ordenada por la puerta de desembarque izquierda.”

–¡Vámonos! Podemos bajar del barco y huir –susurró Johnny. Las pisadas parecieron pasar por alto nuestra ubicación y continuaron su marcha por el pasillo. Madre mía. Qué poco había faltado. Johnny asió mi brazo y me alentó a que saliéramos de allí. Nicole y Derek nos seguían muy de cerca hasta que llegamos al puerto. Observamos con cautela la imagen: nos rodeaban decenas de sirvientas, abrigadas de pies a cabeza, hablaban sin cesar y saludaban alegremente a otras personas. Sin pausa, pero sin prisa, miramos boquiabiertos el diminuto pueblo impregnado de nieve. ¿Cómo es que el agua no estaba congelada? Aquí hacía fresquito. Y si eso era lo que yo decía, que prácticamente no sentía el frío, ¿cómo tenía que estar Nicole? Durante el viaje no me había percatado que, a medida que nos acercábamos a nuestro destino, llevaban más capas de ropa. Johnny tiró de mí suavemente e indicó a Derek que le siguiera con un gesto de cabeza. Tras haber dado unos pasos supe que nos dirigíamos al nevado bosque que se alzaba ante nosotros, glorioso, frondoso, imponente y mágico a la par que blanco y reluciente. Cuando llegamos a él me di cuenta de que la mayor parte de la nieve se concentraba en las zonas más altas de los árboles y en los suelos, apiñada junto a las rocas. El resto, tenía un precioso tono verde oscuro que resaltaba ante el impoluto blanco. Siendo lobo no nos encontrarían en un lugar así. Alcé los ojos al cielo, seguía habiendo un problema, esta vez tenía los ojos azul verdoso y en vez de ser moreno, era rubia. Lo único que Nicole sabía acerca de los hombres lobo era lo que había leído en las novelas, además del borroso recuerdo de Eliseo intentando prevenirnos sobre ello. Era el momento de hablar y aclarar así las cosas con mi prima. Debía saberlo y todos estábamos al tanto. Me miraban. Volvía a ser mi turno, esta vez no debía cagarla. O al menos no mucho.
–Nicole, hay algo que tienes que saber… Y creo que te va a sorprender bastante. –Vas a flipar. Sus ojos atravesaron los míos y dijeron claramente: Ya lo sé. Pero seguro que no se esperaba lo que le iba a caer encima. Esperaba que hiciera acopio de todas esas fuerzas sobrenaturales que mostraba cada vez que algo le dolía, esta vez las necesitaría más que nunca. Por favor, no te desmayes, pensé.

–Sandy, nos conocemos demasiado. Nada que me puedas decir me va a sorprender tanto. –Eso ya lo veremos.

–Bueno, si tú lo dices… –Sentí un nudo en la garganta. Tenía que soltarlo de sopetón, no me debía ir por las ramas desde el principio. Tomé aire–. Somos hombres lobo. –Además, odiaba a la gente que se tira media hora para decirte una mierda. Tras un largo silencio, empezó a reírse de una forma extraña e irreconocible para mí. Nunca la había visto reír así. La risa silenciosa de mi prima, abrir mucho la boca sin que saliera ningún sonido para después soltar pequeños hipidos, había sido sustituida por una estrambótica y falsa. Una carcajada limpia, lo que se diría un: ja ja ja ja ja, en toda regla.

–Venga va, ¿dónde está la cámara oculta? –Al ver mi expresión de: ¿qué tiene de gracioso?, dejó de reírse–. ¿No me estás tomando el pelo?

Para que me creyera y nos dejáramos de sandeces me convertí en lobo. A pesar de haber pasado mucho tiempo sin hacerlo no fue difícil. Como todo el mundo dice: Una imagen vale más que mil palabras. Y yo soy monosilábica, lo que acierta a decir que mil es una exageración, pero la frase me venía al dedillo. Mi prima se quedó con la boca abierta. Había pasado de un estado gaseoso a uno sólido. De moverse con muchísima energía a quedarse petrificada como un témpano de hielo. Derek y Johnny imitaron mi cambio. Era la primera vez que veía al chico de ojos azules con forma de lobo. Su pelaje castaño era hermoso y reluciente. Y sus ojos… ay, sus ojos… Si antes me gustaba nadar en ellos ahora podría ahogarme y morir feliz.

–Vale, sois lobos –afirmó lentamente–. Nicole, no pasa nada –susurró de forma reconfortante para ella misma–. Tu novio, tu prima y el novio de tu prima son licántropos. De hecho seguramente ahora no te entenderán una leñe… Hablaran un lenguaje lobo secreto o algo. A lo mejor pueden hablar… Ven lobito, lobito bonito… –canturreó como si hablara con un cachorro de Yorkshire. Se dirigía a Derek. La noticia no le había sentado bien. ¿Quién demonios se acerca a un lobo de aspecto salvaje y feroz? El estado de shock la cegaba por completo, nadie en su sano juicio hubiera hecho eso.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Capítulo 16. (Parte 1)









16. Salvación



–¡Quita! ¡Por favor, ayuda! –grité tan alto como pude. Esperaba que, la persona que deambulaba por allí, me oyese. Evan me tapó la boca para que cerrara el pico. Sin embargo, las pisadas se oyeron con más intensidad. Parecían apresurar el paso. Con la mano recién absuelta de su encerramiento, empujé a Evan.



–Esto no quedará así, Sandy –dijo amenazante. Me miró directamente a los ojos y se marchó por el pasillo contrario a donde venían las pisadas que, cada vez más, se oían cercanas.



Pegué la espalda a la pared, sofocada. Poco a poco fui resbalando hasta quedar sentada en el suelo. Giré la cara. Al fin, las pisadas de mi salvación tenían un rostro.



–Sandy. ¿Estás bien? ¿Por qué chillabas? –preguntó mirando a todos lados en busca de algún peligro aparente. Johnny. Una lágrima rodó por mi encendido pómulo–. Eh, no llores. Ya estoy aquí, tranquila –susurró–. Ven.



Johnny cerró su mano alrededor de la mía y me ayudó a levantarme. Me abrazó y, al soltarme, rodeó mi cintura con su brazo. Yo había estado a punto de ser violada, pero él, tampoco traía buena cara. Entramos al camarote que se situaba en frente del de Derek, al de Johnny. Tal vez, el rubiales no estaba en ese momento.



–Sandy. Cuéntame lo que te he pasado. Sabes que puede confiar en mí. No soporto verte sufrir así –suplicó. Solo habíamos tenido una cita y ya se preocupaba por mí como si nos conociésemos de toda la vida. Decidí contárselo. Que se preocuparan por mí, me hacía recordar mi infancia. Esos momentos, cuando mis padres vivían, en los que tropezaba e, instantes después, ellos venían a mi lado. Empecé a llorar a lágrima suelta. No solo por el recuerdo de mis padres, que aún causaba dolor, ni porque su asesino anduviera suelto, sino, porque si no hubiese sido por Johnny, ahora tendría otra cosa por la que sollozar durante la noche.

–Fue horrible… Evan me cogió del brazo y me inmovilizó. No podía defenderme. Si no hubieras llegado, él habría… –Creía estar gritando, pero no fue así. Mis palabras se habían convertido en un susurro desde el comienzo de la frase. No hizo falta que terminara la frase. Él comprendió al instante y me estrechó entre sus brazos, estaba temblando.



–No hace falta que sigas. Ya no tienes de qué preocuparte. Ahora yo lo sé. No permitiré que te haga daño. Me encargaré de él más tarde. Evan no quedará impune –dijo con firmeza mientras me sentaba en la cama y se situaba a mi lado.



–No. ¿Y si te descontrolas? Te convertirías en lobo y si eso pasa, nos matarán a todos. No volverá a suceder –agregué para tranquilizarlo. En el fondo quería darle una buena hostia al cabrón ese.



–Comprendo lo que dices, Sandy. Pero no pienso soportar que se atreva a tocarte un solo pelo. Si te roza, si te mira, avísame –dijo mirándome directamente a los ojos. Parecía capaz de matarlo si llega a encontrárselo en esos momentos. Era la primera vez que veía esa faceta de Johnny. Un Johnny que se preocupaba por mí, que me daba abrazos, que me salvaba y que sería capaz de matar a quien tuviera intención de hacerme daño.



–Lo haré. Te doy mi palabra –prometí. Y así sería. Si Evan se atrevía a tocarme, se las vería con un licántropo que le superaba en todos los aspectos. Nos descubrirían, pero no estaba por la labor de ser su “juguetito”.



Johnny rodeó mi cintura. Lo abracé, correspondiendo a su cariño. Los temblores fueron disminuyendo poco a poco. Pasaban los minutos y yo seguía allí, aferrada a él. Aferrada a la persona que estaba dispuesta a arriesgarlo todo por mí. En ese momento supe que sentía algo más allá de un simple: me gustas. Me quería. Sin embargo, creía que todavía era demasiado pronto para decir nada. Dejé de preocuparme por Evan. Le tenía a él para protegerme. Alcé la vista y miré de frente a los ojos que me habían vuelto loca desde el primer momento en que los vi en el bosque. Johnny acercó su rostro. Nuestros labios se rozaron suavemente. Y entonces me besó. Era el primero y superó todas mis expectativas. Mucho mejor de lo que había podido imaginar. Estaba plenamente satisfecha. Una mezcolanza entre dulce y apasionado.



Miré a Johnny, feliz. Sus ojos azules transmitían fervor, entusiasmo, intensidad, todo lo que yo también había sentido. Oí un portazo proveniente de la puerta de enfrente. Derek. Tenía que hablar con él. Nicole se merecía ser feliz y yo me encargaría de tejer los hilos pertinentes para que eso fuera así.

Capítulo 16. (Parte 2)







–Adiós… –me obligué a decirle. ¿Adiós? El beso me había dejado tonta. No quería irme, pero tenía que hacerlo por el bien de Nicole–. Me tengo que ir. Gracias, Johnny. Por todo. De verdad –susurré–. Pero no estaría mal pasar otro rato a solas contigo. –Sonrió. Quizás una proposición muy atrevida para mí. No tenía tiempo de buscar otra indirecta, menos directa, para decirle que me volviera a besar.



Johnny me atrajo hacia sus rodillas, me sentó sobre ellas y besó mis labios dulcemente. No quería irme. Me miró a los ojos y me ayudó a levantarme. Sus manos me trataban con delicadeza. Como si fuera una frágil muñeca de porcelana.



–Adiós, mi niña –susurró en tono cariñoso. Sonreí. Me había puesto un apodo afectivo. Me encantaba. Era dulce, bonito y… perfecto. Me estaba retrasando demasiado.



Afortunadamente, el camarote de Derek estaba enfrente del de Johnny. Llamé a la puerta.



–¿Quién es? –preguntó una voz rota y adormilada. Se veía que a él, tampoco le había sentado bien lo de cortar.



–Soy Sandy –dije, pensando si debería haber mentido. Nadie suele tener ganas de hablar con la prima/mejor amiga de una ex. Sin embargo, Derek me abrió la puerta con toda naturalidad del mundo. Como si hubiese sido Johnny o cualquier otra persona. Y allí estaba él, parado, con un pijama de pantalón y manga corta del pato Lucas. Entre la cara de sueño que tenía, la marca que, supuse, le habría producido los dobleces de la almohada y ese conjunto, estaba bastante gracioso.



–Entra –dijo mirándose de arriba abajo. El camarote estaba muy desordenado. Los guerreros no tenían que compartirlo, pero, de ser así, no habría podido entrar del estropicio.



–Derek, quería hablar contigo sobre lo de Nicole. –No podía irme por las ramas. Además, él sabía a qué había venido.



–Yo también quería hablar contigo, Sandy. –Eso sí que no me lo esperaba. Creía que me echaría o diría algo como: “Estoy ocupado, déjame en paz. No tengo nada de qué hablar”.



–Ah, ¿sí? –pregunté visiblemente sorprendida.



–Sí. Tú conoces a Nicole mejor que nadie. Oí que me engañaba con Barney y no lo creí. Hasta que lo vi con mis propios ojos. Pero me sigue gustando, la sigo queriendo y quiero saber por qué. –No sé quién le había dicho semejante estupidez. Tenía fe ciega en las palabras de mi prima e intentaría que Derek se fiara de mi palabra. Él la quería, al igual que ella a él. Las cartas que había sobre la mesa estaban a mi favor. Tenía una buena mano con la que ganar.



–Derek, vine a decirte que Nicole no te engañó. No sé lo que vistes, pero debes saber que, a pesar de que Barney intentara cautivarla, ella le dio calabazas en el primer momento. Lo sé porque me lo dijo. Y confío en ella. Le gustas mucho, eso no hace falta que te lo diga –dije con una delgada sonrisa en el rostro–. Se ha pasado toda la noche llorando. Créeme. Confía en ella. Para Nicole no eres un cualquiera. Nunca la había visto así. Ella te quiere, por encima de todo. Lo vuestro fue, el tan mítico y famoso, amor a primera vista –expliqué. Si me costaba ser clara y mostrar mis sentimientos, hacerlo con los de Nicole, era mucho más difícil.



–No sé, Sandy. Lo que vi… –susurró–. Ella estaba… Además, Evan me dijo… –Eso lo explicaba todo. ¿Qué ganaba con esto? Me había demostrado que era feliz jodiendo a los demás. “He tenido mucha paciencia contigo y tu prima”, recordé. A eso se refería.



–Para. –Derek me observó intrigado–. Evan –repetí–. Todo esto es por su culpa. Te ha hecho ver lo que él quería que vieras.- Solo el tenue recuerdo de su silueta pegándose a mi cuerpo me debilitaba. Hacía que el miedo sentido anteriormente, se apoderara de mí.



–Sandy, ¿qué te pasa? Estás temblando. –Tenía razón. Volvía a temblar. Intenté controlarme. Tenía que explicarle qué había sucedido.



–Evan intentó violarme. Johnny llegó y él se marchó. –El rostro de Derek se mostró contrariado ante mi revelación. Estaba sorprendido. Instantes después, se movía por todo el cuarto en busca de ropa limpia.



–Veo que Evan la ha tomado con vosotras –dijo volviéndose hacia mí–. Si es verdad lo que dices, tendremos que encargarnos de él…