lunes, 26 de septiembre de 2011

Capítulo 18 (Parte 1)









18. Él



Comencé a transformarme de nuevo en la persona de rizos castaños que era. Necesitaba comunicarme con Nicole. Aunque había vuelto a mi aspecto de siempre, la cara de mi prima seguía petrificada y carente de expresión.



–Nicole, esos hombres nos persiguen por lo que somos –comencé, mirando de reojo a Derek y Johnny–. Tenemos que adentrarnos en el bosque e intentar encontrar un sitio donde dormir. Así, que si no es mucho pedir, móntate sobre Derek y vámonos. –Su risa relajó la tensa situación en la que nos encontrábamos.



–Nunca me habían obligado a subirme encima de un chico –bromeó–. Pero si lo pides así… –Obviamente no me había percatado del doble sentido que se le podía dar a mi “orden” y me reí por lo bajo. El comentario parecía bastante infantil, sobre todo teniendo en cuenta que unos hombres nos perseguían con intención de matarnos.



De buena gana se montó sobre Derek y, tras convertirme en lobo, corrimos en busca de nuestro destino. De nuevo, mis sentidos agudizados captaron todo aquello que me rodeaba con absoluta precisión. Podía olerlo todo, oírlo todo. La sensación era estupenda, difícilmente descriptible. Llevaba tanto tiempo sin sentir aquello que no me había dado cuenta de lo mucho que lo había echado de menos. Sentir el suelo bajo mis garras y el viento azotando mi pelaje era una de las experiencias más inolvidables y extraordinaria de toda mi vida.

Llevábamos horas corriendo por el frondoso bosque, nos habíamos alejado de forma considerable de la civilización. De repente, Derek y Johnny se detuvieron sin razón aparente. Hasta que percibí el olor. Un olor que solo podía ser una cosa: fuego. Nos convertimos inmediatamente en humanos.



–¿Sabéis lo que eso significa? –Queroseno y madera carbonizada igual a alguien para provocarlo.



–Sí, deberíamos integrarnos. Si vamos solos probablemente nos acojan –dijo Johnny poco convencido–. Los montañeros tienen fama de cordiales. Con forma humano podríamos escondernos entre ellos. –Estaba de acuerdo con él. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Tenía un presentimiento, pero no podía notar si era bueno o malo, simplemente sentí un hormigueo en el abdomen. ¿Y si eran guerreros? Salimos de detrás de los árboles y atisbamos en el horizonte una pequeña casa de madera de lo más acogedora. Igualita a las que se veían en las revistas de montaña. La casita en cuestión estaba cercada y poseía un pequeño huerto. Los que habitaban allí debían de subsistir a base de los productos que ellos mismos cultivaban… y/o cazaban. Mientras nos acercábamos con cautela, se perfiló una pequeña figura entre las plantas, tenía el pelo oscuro y liso. Recibí un empujón mental. Se parecía muchísimo a Emily, la niña pequeña de los Parker, la familia que tanto me había cuidado y con la que había aprendido a ser un buen lobo. Conforme me adelanté al resto del grupo recibí otro golpe mentalmente, como si me hubiesen soltado un puñetazo en el estómago. No solo se parecía a Emily. ERA Emily. Las lágrimas se agolparon valerosas sobre mis ojos. La había dado por muerta. La niña viró el rostro hacia mí y sonrió sorprendida. Corrí a su encuentro y la estreché entre mis brazos, tan fuerte que por un momento pensé que la rompería. Sin embargo, era una pequeña lobita muy fuerte. Ahora las lágrimas enrojecieron mis ojos y bajaron lentamente formando meandros sobre mis mejillas.



–¡Henry, Sandy ha vuelto! –gritó la pequeña. Al oír el su nombre los sollozos aumentaron y el corazón me latió a mil por hora.



–Emily –chistó cansado–, te he dicho muchas veces que Sandy no va… –Henry apareció por la puerta principal y enmudeció nada más verme–. Sandy… –susurró­–. Estás… estás viva, estás aquí –finalizó entre susurros. Henry se acercó a mí corriendo y me abrazó incluso más fuerte que como lo había hecho yo con la niña. Respondí a su abrazo sollozando aún más afanosamente sobre su hombro. No podía creerlo. Por un momento me olvidé de Johnny, Nicole, Derek, de Evan, del barco y me dejé llevar por la implosión de adrenalina que recorría mi cuerpo de forma desesperada. Su cara de asombro mostraba que se alegraba tanto de verme como yo a él.



Henry. Aquel con el que había cazado todas las mañanas, el que me había enseñado a cazar, el que me comprendía, mi fiel amigo, aquel con el siempre podía contar. Su pelo dorado seguía igual de maravilloso que siempre, sus ojos castaños me miraban con anhelo, pero parecían más cansados desde la última vez que los vi. Había crecido unos centímetros y su espalda se había fortalecido, ensanchándola así. Nunca me había fijado en él con tanta desesperación, lo había hecho muchísimo de menos. Haberlo perdido había sido como perder una parte de mí.

Capítulo 18 (Parte 2)









–Sandy, estás bien… ¿Cómo habéis logrado sobrevivir? –miró a Johnny y a Derek que se encontraban detrás de mí y se tensaron sus músculos–. Cuidado, Sandy –prosiguió, echándome hacia atrás con un brazo–, os han traicionado, son guerreros. Los reconocí antes de que tú llegaras a casa.



–No, Henry. Ellos son como nosotros. Son licántropos. –Tras haber dicho esto pareció relajarse un poco, pero seguía sin confiar en ellos. Volvió a fijar la vista en mí.



–Sandy, tengo tanto que contarte, tanto que compartir… ¿Te vas a quedar, verdad? –Su mirada se dirigía suplicante, como la de un perrito cuando quiere comida.



–A decir verdad, nos vamos a quedar –recalcué el plural mientras miraba al resto–. ¿Seríamos una molestia?



–Con que tú te quedes me vale. Os enseñaré la casa, me ha llevado meses arreglarla, pero está casi terminada. La encontré hecha una ruina. Toda la parte de atrás no la he reformado, la he dejado como la encontré, así que si necesitamos más habitaciones solo tenemos que reconstruir esa parte. Una mano de pintura, unos cuantos muebles y voilà. Vamos a estar todos muy cómodos, aunque quede mal que lo diga yo, es muy acogedora. –Johnny puso los ojos en blanco, pero Henry no pareció darse cuenta–. Estoy deseando que volvamos a cazar juntos.



–Ejem, ejem… –carraspeó Johnny para llamar nuestra atención. El afecto con el que nos habíamos tratado el “nuevo” y yo no le había hecho mucha gracia.

–Ah, Henry, éste es Johnny, mi… –dudé. ¿Cómo etiquetar nuestra “relación”? Una cita y un beso. Normalmente sería un rollo, pero no quería pensar eso, ¿un amigo?… Johnny notó mi indecisión y él mismo tomó las riendas.



–Su novio. Encantado, Henry –dijo con cara de haber vencido en algo.



El rostro de Henry cambió inmediatamente. El brillo en los ojos se había disipado, al igual que su sonrisa. Pareció recibir la noticia del mismo modo que Johnny la muestra de afecto. No le hacía mucha gracia que yo tuviera novio. Eso me sorprendió. Era mi mejor amigo, debería alegrarse por mí.



–Sandy y yo saldremos a cazar. Nicole, ¿te importaría cuidar de Emily?, volveremos enseguida. –Mi prima asintió silenciosamente. Ni siquiera me preguntó, ni me miró, pero si había notado como su voz pasaba de dulce y emocionada a desilusionada e incómoda.



Salimos al jardín y, con garras lobunas, corrimos hacia el bosque. Esta vez el lobo que habitaba en mí no mitigó la extraña sensación que había ocasionado el inusual comportamiento de Henry. En ese momento era más importante lo que él quería decirme que toda la alegría que me embargaba por dentro. Antes de llegar a un claro del bosque supe que no había animales cerca. No captaba el olor. Hacía tiempo que no cazaba, tal vez eso había aminorado mis aptitudes, pero si percibía el resto de aromas. Los pinos, la hierba húmeda, algún que otro pájaro… pero eso no servía para alimentarme. Era obvio que Henry me había llevado allí para hablar. Y eso era raro en él. Solía darle igual quién estuviera presente, ni siquiera su madre le preocupaba… ¿Habría sobrevivido Becca al incidente?



–Sandy, quiero decirte una cosa –comenzó, después de volverse humano y yo imitar sus pasos–. No me resulta fácil, yo… –Pero pareció no saber terminar la frase. Estaba nervioso y pensando lo que iba a decir. Cosa excepcional en él. Una minúscula gota de sudor apareció en su frente.



–Tendríamos que estar cazando, Henry –apremié. Tal vez eso le devolvería a la realidad, a ser el chico rubio que yo conocía, mi amigo fiel.



–Antes de que vayas en serio con ese… tío –prosiguió con desprecio, haciendo caso omiso a mis suplicas–, tengo que decirte lo que siento. Yo, desde que te vi… –Espera, ¿lo que siente? Esto empezaba a sonarme a novela romántica. Pero no podía ser, Henry no podía sentir nada por mí. Son imaginaciones tuyas, me repetí, quiere decirte que le parece peligroso, que no confía en él y que debes tener cuidado.



–Henry, llevo horas corriendo, tengo hambre –sentencié. Teníamos que centrarnos en la caza, no quería un sermón de sobre la prevención. Escruté su rostro durante unos segundos. No se daría por vencido, lo veía en sus ojos. Debía dejar que soltara lo que quisiera sobre Johnny, asentir como a los locos y después podríamos irnos.



–Simplemente no entiendo como no te das cuenta. Sandy, estoy enamorado de ti. –Henry era como yo. Soltaba las cosas de sopetón, como jarros de agua fría que provocan que miles de agujas se te claven anestésicamente. Pero su declaración no fue así, una oleada de calor me invadió por completo y aumentó cuando se acercó a mí hasta el punto en que nuestros labios se encontraron. Entonces me besó. Me besó como si nada más importara. Amor, dulzura, protección, pasión. Miles de sensaciones, incluso desconocidas, se trenzaron por mi mente anegándolo todo. Solo quedábamos él y yo. Me amaba. ¿Cómo no me podía haber dado cuenta? No había sido capaz de mirar más allá de mis narices. La forma de mirarnos, siempre estando juntos, todo


Se dice que el amor es ciego. Pero no se decía que la gente era tan gilipollas que no se daba cuenta de ser amada.