lunes, 20 de junio de 2011

Capítulo 8. (Parte 1)






8. Mi primera caza



Unos finos labios húmedos besaron mi acalorada mejilla. Abrí lentamente los párpados y, tras aclararse las imágenes que veía distorsionadas por el adormecimiento, atisbé a Emily sonriente. La niña era de lo más linda. Su liso cabello de color castaño parecía sedoso y sus iris transmitían la más tierna infancia. Cogí mis pantalones y me los puse bajo las mantas a una velocidad supersónica. No me importaba que Emily me viese en ropa interior, pero pensaba que no era lo más adecuado. Sonreí a la niña y entré en el baño. Tras darme una rápida ducha, salí para hacer mi cama, pero para mi sorpresa ya estaba hecha. Se me habían adelantado y me sentí culpable. Encima que me dan cobijo, me hacen las tareas.


Caminaba por el pasillo cuando llegó a mi nariz un olor familiar. Me detuve y lo estudié con mayor atención. Bacon. Oh Dios mío. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba hambrienta. Me dirigí a la cocina y encontré a Becca entre los fogones.


-Umm… Mi desayuno favorito.- Dije entre babas y relamiéndome.- Las tripas, mis tripas, sonaron con fuerza, reclamando su comida.


-No es para ti, Sandy.- Rió dulcemente.- Es para Emily y Robert.


-¡Pero si has preparado como para una familia de cinco personas!- Seguro que sobraría algo. A no ser que, Emily y Robert fueran dos gigantes con un hambre voraz, cosa que dudaba.


-Un licántropo come el doble que un humano.- Guay. Obviamente ya no podía definirme como humana.


-Entonces, ¿qué desayunaremos nosotras?- ¿Por qué pregunté? En realidad me esperaba la respuesta, pero no quería oírla.


-Tú y yo saldremos a cazar. Cuanto antes mejor. Espero que cojamos un ciervo, así que no te detengas ante nada.- Sí, me lo esperaba, pero fue como darme un golpe en el abdomen. ¡Me gustan los animales! ¿Me iba hacer matar a un ciervo? Me gustan los animales… también comerlos. Y yo tenía mucha hambre.


-¡Bien, ciervo!- No podía creer, que dos criaturas como los pequeños hermanos, fueran capaces de comer un animal así, con todo… contenido.


-Es su plato favorito. Suelo tardar bastante en cazarlo, pero con tu ayuda no creo que tardemos más de una hora.- Una hora. Y le parecía poco. Me costaría mucho acostumbrarme a todo esto.




“Cazar un ciervo. Vas a cazar un ciervo”. Me repetía constantemente. Becca decía que era igual que jugar al pilla-pilla. Sí, vale, pero en el pilla-pilla, el “pillado” no es devorado por una manada de lobos hambrientos.


También me dijo que para transformarme tenía que buscar en el interior de mi corazón y sacar mi lado más salvaje, más natural. Todo eso me sonaba a frases de novelas tipo: “Contigo hasta el fin del mundo”. Por mucho que lo intentaba no podía. Además, si seguía por ese camino, solo conseguiría tirarme un pedo de arrea, y entonces sí que tendría ganas de devorar, devorarme a mí misma. Becca reía por lo bajo. Menudo aspecto tendría. Seguramente me asemejaba al caganet del Belén de navidad. Tierra trágame.


Levanté la vista al cielo y cerré los ojos. Imaginé mi cuerpo transformándose poco a poco en un lobo, un precioso lobo blanco. Podría hacerlo. Claro que podía. Podía hacerlo. Sonreí para mis adentros y caí al suelo a cuatro patas inconscientemente. Observé el lugar donde antes estaban mis manos, ahora, unas garras afiladas ocupaban su lugar. El pelaje era de un negro azabache como la noche. Mis tripas lobunas volvieron a rugir. La idea de comer un ciervo ya no me parecía tan descabellada.


Corríamos por el bosque a la velocidad de la luz. Notaba como mis sentidos se agudizaban a medida que me acostumbraba a mi forma lobuna. Oía todo lo que sucedía mí alrededor, incluso los aleteos de pájaros. Con una simple inspiración, descubrí olores desconocidos para mí, para una persona que visitaba los bosques con frecuencia. Todo aquello era fascinante. Me sentía viva, como si acabase de renacer.


Giramos a la izquierda. Las ramas que salieron disparadas con la derrapada, volaron hasta chocar con el árbol más próximo, haciéndolas estallar en diminutos pedacitos. El olor a ciervo era palpable en el ambiente. Deduje que, aproximadamente, estarían a unos doscientos metros. Percibí en la mirada de Becca que no me equivocaba, estaban cerca. Entendí a la perfección lo que quería decirme con solo mirarla. Increíble.

Allí estaban. Dos ciervos descansaban tranquilos en un claro. Silenciosas, esperamos el momento adecuado. Tras unos minutos, y un despiste de los animales, nos abalanzamos contra ellos. No me costó mucho tumbarlo. Becca todavía peleaba con el suyo, por lo que no dudé en ayudarla. Estaba emocionada. La adrenalina recorría ansiosa todo mi cuerpo. Me había gustado, la sensación de cazar, sentir el viento sobre mi pelaje, las caricias producidas por la hierba…

Capítulo 8. (Parte 2)

Llegamos a la casa con los ciervos a cuestas. Los niños coreaban a nuestro alrededor un alegre: ¡Hurra! Becca sonreía de oreja a oreja y decía cosas como:




“-¡Has estado impresionante! ¡Parece mentira que fuera tu primera caza! Sandy, has nacido para ser loba.”


Estas palabras me parecieron más bien tonterías que se dicen a los novatos para darles ánimos, pero a mí no me hacían falta ninguna clase de motivaciones. Adoraba ser un lobo. Parece mentira lo rápido que uno puede cambiar de opinión, en tan poco tiempo. Era mejor que pensar que era un monstruo asesino.

De repente, noté que alguien venía hacia la cocina. Adopté una pose de ataque, dispuesta a proteger a la familia. Sin embargo, Becca me tranquilizó:


-Tranquila, es Henry.- Henry. Supuse que sería el cabeza de familia. El padre de los niños, esposo de Becca, el señor Parker. Lo imaginé como un amable señor, de ojos verdes, como Emily; rubio, como Robert y con ropa de trabajo. Me encantaría conocerlo.


-¿Quién es?- Pregunté de todas formas.


-Es mi hijo mayor. Tiene diecisiete años. Fue detrás de los guerreros, por eso no estaba ayer.- Mi primer pensamiento fue: ¿Estará bueno? Típica pregunta de una chica adolescente con las hormonas revolucionadas, y más ahora con lo del licántropo. ¿Sería rubio o moreno? ¿Ojos oscuros o claros? Seguramente estaría fuerte y grueso, con lo que le daba su madre…


Poco después entró en la habitación, dejándome con la boca abierta. Era mucho más guapo de lo que me lo había imaginado. Su pelo rubio ondeaba revoltoso. No llevaba camiseta alguna, pero sí unos vaqueros piratas. Muy normalitos para un chico cualquiera, pero alucinantes en un chico así. Henry alzó la mirada y me observó curioso, sonrió de forma encantadora y se presentó:

-Sí, como ha dicho mi madre soy Henry y tengo diecisiete años.- Rió dulcemente. Su voz era acaramelada, igual que sus ojos.


-Yo soy Sandy, dieciséis.- Y sucumbí al poder de reír. Estuve a punto de tartamudear, pero la risa disimuló la poca estupidez humana que me quedaba. Sin embargo Becca me miró de la misma forma que lo hacen las personas que cantan: “Sandy y Pepito se fueron a pasear, se dieron un besito…”



-Encantado de conocerte y de que vivas con nosotros, Sandy.- Extendí el brazo para darle la mano, la cogió, y tiró de mi para abrazarme. Si no me llega a sujetar con esos fuertes brazos me habría desmayado. Seguro que seríamos grandes amigos.


Tras las presentaciones, nos dispusimos a cenar. Se dice que: “Por muy feliz que te vaya el día, siempre habrá algún imbécil que te lo estropee”. Yo sentía que nada ni nadie, podía estropear este momento.


Me sorprendió que Henry se mostrara tan amable con sus hermanos. Normalmente los mayores pasan de los pequeños porque son una carga.


-Hace días que no los ve. Si no fuera por él… No sé si hubiéramos sobrevivido al ataque.- Becca estaba afectada ante lo sucedido. Miré a Henry. Él pareció notar que lo observaba y dejó a Emily en el suelo.


-Solo conseguí ver a un guerreo. Tuve la sensación de que era un licántropo y apostaría el cuello a que es cierto. Madre, seguramente sería un imbécil que querría divertirse o que no quiere reconocerse como de su raza. No creo que estuviese ahí como un infiltrado.- Dijo riéndose por lo bajo.- Espero que no os causara problemas porque me quedé con su cara. Era un chico con el pelo negro, los ojos grandes y azules. Seguro que los habrá utilizado para morder a alguna chica atontada.- Con cada palabra que decía, aumentaba el rubor en mis mejillas. Yo era esa chica atontada.


-Fue el que me mordió.- Susurré lo más bajo posible, lo suficiente como para que fuera audible. Tal y como había dicho Henry, sus ojos azules me habían hipnotizado. Y aún los recordaba encantadores. A pesar de haberme mordido. Y aunque tuviera un chico guapísimo delante, mi corazón latía con fuerza por volver a ver al angelical guerrero, al guerrero de hipnotizadores ojos azules.