lunes, 19 de septiembre de 2011

Capítulo 17 (Parte 1)




17. Desembarcando


Derek no era tan comprensivo como Johnny. Él quería vengarse de Evan. Por suerte, lo había convencido para que primero hablara con Nicole y pudiesen arreglar lo suyo. No había logrado pararle los pies, pero gané tiempo. Mientras él se alejaba en dirección a mi camarote, yo entré al de Johnny.


–Hola –dije saludándolo. Jopetas. Menuda birria de saludo. Ya que no sabía volver al pasado, intenté mejorarlo–. ¿Qué tal estás?


–Hola, mi niña. –Mi apelativo cariñoso seguía haciéndome reír. Le miré fijamente. La luz del sol naciente bañaba su rostro, iluminando sus preciosos iris que ahora parecían más claros. Llevaba una camisa de cuadros rojos, encima de una camiseta blanca, vaqueros y unas Converse rojas. Sencillamente impresionante. Tenía expresión dulce y parecía tranquilo. Se me encogió el corazón. Me gustas, quise añadir a mi patético saludo. No pareció darse cuenta de mi intento por mejorarlo. Simplemente sonrió–. Muy bien, ahora que estás tú aquí. Estaba pensando como dejarle las cosas claras a ese inútil. –Hice oídos sordos ante aquellas palabras. Tenía intención de convencerle de que parase los pies a Derek. No nos convenían las peleas. Ya me había arriesgado yo lo suficiente. Tenía que hacerle cambiar de opinión.


–Tengo una buena y una mala noticia –apresuré a decir. En realidad, no sé por qué lo había expresado así. Normalmente, la gente prefiere llevarse la decepción antes. De todas formas, le diría primero la buena.


–Dime la mala –respondió. ¡Oh, Dios mío! ¡Qué barbaridad! Qué cosa más singular…


–Pues no –sentencié–. Primero te voy a dar la buena: Derek va a reconciliarse con Nicole. Lo conseguí –sonreí de oreja a oreja. No mostró mucha alegría por la noticia, pero aún así, intentó mostrar satisfacción. No querría parecer maleducado.


–Admirable. Sabría que lo lograrías. Al fin, los cuatros podremos ser felices y comer perdices. ¿Cuál es la mala noticia? –preguntó a punto de reventar. La duda de que fuera un actor de cine infiltrado entre guerreros y lobos, quedaba oficialmente descartada.


–Le conté a Derek mi encuentro con Evan –confesé–. Fue él, el que lo engañó para que zanjase su relación con Nicole. Derek está hecho una fiera. Cuando termine de arreglar las cosas con mi prima, irá a por él –musité lo más bajo posible. Daba igual lo susurrante que lo dijera. Él me oía a la perfección.


–… –dudó–. Me parece bien. –¿Cómo? ¡He venido a ti para que le pararas los pies, no para que te pusieras de su parte!, quise gritar. Las cartas se apostaban en mi contra. Eran amigos desde hacía tiempo. Compartían un gran secreto. Johnny también quería darle una lección. Solo había una jugada que podía aprovechar.


–Nos descubrirían. ¡Es demasiado imprudente! Queda poco para embarcar. No debemos arriesgarnos a eso –insistí. Había echado mis últimas cartas sobre la mesa. Todo a una. Quien no arriesga no gana, pero esta partida ya la tenía perdida. Era demasiado tarde. No había reaccionado a tiempo.


–No tienen por qué enterarse. Simplemente le ajustaremos las cuentas y después… ya veremos –continuó pícaramente. Por unos instantes, mi príncipe azul, se convirtió en un matón de tres al cuarto. Uno que solo quería proteger su reputación de chico malo.


Salió del camarote en dirección al mío. El pasillo se alargaba, estrecho, enjuto, enfilado. Intenté frenarle. Johnny me miró de arriba abajo, me agarró por la cintura hasta dejarme sobre su hombro y continuó caminando sonriente. La palabra <>, en su vocabulario, debía ser un sinónimo de ponte las pilas. ¡Me llevaba como si fuera un saco de patatas! Por mucho que pataleara no conseguía mi propósito: Que me soltara. Llegamos a la puerta y vimos que Nicole y Derek salían de ella. Cogidos de la mano. El Señor Rubiales parecía mucho más relajado y mi prima, después de todo, aliviada. Ahora ya solo nos quedaba un problema entre manos. Uno muy alto con pelo oscuro y ojos claros que se encontraba justo debajo de mí.


–Vamos a darle su merecido a ese gilipollas. Aprenderá a no meterse con nuestras chicas –canturreó Johnny como todo un machote. Tras haber dicho esto, agarró mi cintura y me bajó hasta dejarme de pie al lado de mi prima. Le dirigí una mirada asesina y furibunda y se marchó con Derek a paso ligero. Rápidamente relaté lo sucedido minutos atrás a Nicole. Teníamos que intentar que no se descontrolaran.


–Estoy de acuerdo contigo, amigo –incidió Derek. Parecía que iban a divertirse, como si fuera el pan de cada día. ¿A caso no sabían en lo que se estaban metiendo? Era peor que eso. Lo sabían y aun así querían pringarse en ello hasta saciarse. Una voz habló a través de unos minúsculos altavoces situados por todo el barco:


“–Pasajeros del Holy Apple, les recordamos que tras estos largos días de viaje casi hemos llegado a puerto. Por favor, vayan recogiendo sus pertenencias. Pisaremos tierra en cinco minutos.”


Si algo salía mal tendríamos el tiempo justo para salir cagando leches. Al llegar a la cubierta, Derek cogió a Evan del brazo fuertemente y lo llevó a la bodega. A la bodega donde Johnny y yo habíamos compartido nuestra primera cita. Este lugar me traía demasiados buenos recuerdos, recuerdos que quedarían tapizados y bien mezclados con lo que estaba a punto de suceder.


–Hola, Evan. ¿Tan solo y amargado estás, que te dedicas a joder a los demás? –bramó enfurecido Derek. ¿Desde cuándo soltaba tacos? Evan encogió el rostro. Por primera vez, vi el miedo reflejado en sus ojos. Un destello que duró un segundo. Instantáneamente su cara pasó a la furia–. ¿Pero qué te pasa? –continuó picando el Señor Rubiales como si le hablara a un bebé–. ¿Te metes con nuestras chicas, pero no eres capaz de dar la cara delante de nosotros?


–Te crees el ombligo del mundo, capullo. Son unas putas sirvientas que no sirven para nada, solo dan placer, y las que no, son un lastre innecesario ­–escupió Evan fuera de sus casillas, mirándome. El insulto iba dirigido en especial a mí.


Tenía ganas de soltarle un buen mamporro. Convertirme en lobo y darle una paliza de las de aúpa. No era el momento ni el sitio adecuado. ¡No, ahora no!, gritaba mi mente. Pero cuando Evan me miró de arriba abajo con asco y desprecio en los ojos no pude contenerme: alcé el puño en alto y le solté un derechazo en la mandíbula. La cagué. La cagué pero bien. Demasiada fuerza, demasiado frenesí. El brazalete resbaló de mi muñeca y cayó al suelo con un golpe sordo. Intenté cogerlo al vuelo, tapar aquello que me hacía diferente al resto de sirvientas, sin embargo, fue en vano. La vio. Había intentado evitar ese momento desde el principio, me rebané los sesos para que ni Johnny ni Derek cometieran una estupidez, pero después de todo se me había olvidado lo más importante: tener cuidado yo también. Me había dejado llevar por la situación. Cometí el error que intentaba evitar a toda costa.

Capítulo 17 (Parte 2)


–¡Hombres lobo! ¡Alerta! ¡Hombres lobo! ­–chilló Evan, pálido como el mármol. Derek le propinó un puñetazo lo suficientemente fuerte como para dejarle inconsciente. Tras la puerta que nos separaba del pasillo se oyeron pasos que bajaban y corrían en nuestra dirección, en busca del punto de origen de la alarma. Por mi culpa nos iban a matar. Había jugado con la suerte. ¿Cómo había podido ser tan tonta?

“–Pasajeros del Holy Apple, les informamos de que acabamos de atracar. Por favor, recojan sus últimas pertenencias y salgan de forma ordenada por la puerta de desembarque izquierda.”

–¡Vámonos! Podemos bajar del barco y huir –susurró Johnny. Las pisadas parecieron pasar por alto nuestra ubicación y continuaron su marcha por el pasillo. Madre mía. Qué poco había faltado. Johnny asió mi brazo y me alentó a que saliéramos de allí. Nicole y Derek nos seguían muy de cerca hasta que llegamos al puerto. Observamos con cautela la imagen: nos rodeaban decenas de sirvientas, abrigadas de pies a cabeza, hablaban sin cesar y saludaban alegremente a otras personas. Sin pausa, pero sin prisa, miramos boquiabiertos el diminuto pueblo impregnado de nieve. ¿Cómo es que el agua no estaba congelada? Aquí hacía fresquito. Y si eso era lo que yo decía, que prácticamente no sentía el frío, ¿cómo tenía que estar Nicole? Durante el viaje no me había percatado que, a medida que nos acercábamos a nuestro destino, llevaban más capas de ropa. Johnny tiró de mí suavemente e indicó a Derek que le siguiera con un gesto de cabeza. Tras haber dado unos pasos supe que nos dirigíamos al nevado bosque que se alzaba ante nosotros, glorioso, frondoso, imponente y mágico a la par que blanco y reluciente. Cuando llegamos a él me di cuenta de que la mayor parte de la nieve se concentraba en las zonas más altas de los árboles y en los suelos, apiñada junto a las rocas. El resto, tenía un precioso tono verde oscuro que resaltaba ante el impoluto blanco. Siendo lobo no nos encontrarían en un lugar así. Alcé los ojos al cielo, seguía habiendo un problema, esta vez tenía los ojos azul verdoso y en vez de ser moreno, era rubia. Lo único que Nicole sabía acerca de los hombres lobo era lo que había leído en las novelas, además del borroso recuerdo de Eliseo intentando prevenirnos sobre ello. Era el momento de hablar y aclarar así las cosas con mi prima. Debía saberlo y todos estábamos al tanto. Me miraban. Volvía a ser mi turno, esta vez no debía cagarla. O al menos no mucho.
–Nicole, hay algo que tienes que saber… Y creo que te va a sorprender bastante. –Vas a flipar. Sus ojos atravesaron los míos y dijeron claramente: Ya lo sé. Pero seguro que no se esperaba lo que le iba a caer encima. Esperaba que hiciera acopio de todas esas fuerzas sobrenaturales que mostraba cada vez que algo le dolía, esta vez las necesitaría más que nunca. Por favor, no te desmayes, pensé.

–Sandy, nos conocemos demasiado. Nada que me puedas decir me va a sorprender tanto. –Eso ya lo veremos.

–Bueno, si tú lo dices… –Sentí un nudo en la garganta. Tenía que soltarlo de sopetón, no me debía ir por las ramas desde el principio. Tomé aire–. Somos hombres lobo. –Además, odiaba a la gente que se tira media hora para decirte una mierda. Tras un largo silencio, empezó a reírse de una forma extraña e irreconocible para mí. Nunca la había visto reír así. La risa silenciosa de mi prima, abrir mucho la boca sin que saliera ningún sonido para después soltar pequeños hipidos, había sido sustituida por una estrambótica y falsa. Una carcajada limpia, lo que se diría un: ja ja ja ja ja, en toda regla.

–Venga va, ¿dónde está la cámara oculta? –Al ver mi expresión de: ¿qué tiene de gracioso?, dejó de reírse–. ¿No me estás tomando el pelo?

Para que me creyera y nos dejáramos de sandeces me convertí en lobo. A pesar de haber pasado mucho tiempo sin hacerlo no fue difícil. Como todo el mundo dice: Una imagen vale más que mil palabras. Y yo soy monosilábica, lo que acierta a decir que mil es una exageración, pero la frase me venía al dedillo. Mi prima se quedó con la boca abierta. Había pasado de un estado gaseoso a uno sólido. De moverse con muchísima energía a quedarse petrificada como un témpano de hielo. Derek y Johnny imitaron mi cambio. Era la primera vez que veía al chico de ojos azules con forma de lobo. Su pelaje castaño era hermoso y reluciente. Y sus ojos… ay, sus ojos… Si antes me gustaba nadar en ellos ahora podría ahogarme y morir feliz.

–Vale, sois lobos –afirmó lentamente–. Nicole, no pasa nada –susurró de forma reconfortante para ella misma–. Tu novio, tu prima y el novio de tu prima son licántropos. De hecho seguramente ahora no te entenderán una leñe… Hablaran un lenguaje lobo secreto o algo. A lo mejor pueden hablar… Ven lobito, lobito bonito… –canturreó como si hablara con un cachorro de Yorkshire. Se dirigía a Derek. La noticia no le había sentado bien. ¿Quién demonios se acerca a un lobo de aspecto salvaje y feroz? El estado de shock la cegaba por completo, nadie en su sano juicio hubiera hecho eso.