lunes, 30 de mayo de 2011

Capítulo 5. (Parte 1)



5. Destino inesperado.



Desconocía esta parte del territorio. Nunca me había atrevido a cruzar más allá de los límites establecidos por Eliseo, por advertencias, y por miedo.



Este trozo del bosque daba escalofríos. Los rayos áuricos del sol rozaban intranquilos las extensas ramas de los árboles, bailando al son de la brisa, ahora más heladora que antes.



El licántropo caminaba silencioso tras de mí. De vez en cuando miraba por encima del hombro para comprobar si seguía ahí. Parecía andar en el aire, sin emitir sonido alguno. Los susurros del viento nadaban a su alrededor.



Sin lugar a dudas, su mirada parecía cada vez más la de un psicópata. Ese verde azulado en un chico normal sería algo realmente bonito, encantador, pero en este daba miedo. Me recordaba a una versión masculina de Carrie, cuando asesina a todos sus compañeros sin piedad y sus ojos parecen ser dos bolas de billar a punto de estallar. No me extraña que le dieran un óscar por hacer ese papel.



Avisté un “pueblo” abandonado a lo lejos: cuatro casas derruidas por el paso del tiempo asomaban por el horizonte. Junto a él, unos columpios, en los que niños pequeños se habrían divertido sin cesar, chirriaban oxidados.



Recordé el día en que Nicole y yo jugábamos juntas, por primera vez desde el accidente, sonrientes en un parque cercano a su casa. La muerte de mis padres estaba aún reciente en mi memoria. Sin embargo, mi prima, resignada porque no quería estar con nadie, me llevó a los columpios para sacarme una sonrisa. Tras esto, mis tíos decidieron que lo mejor sería hacer borrón y cuenta. Me llevaron a un psicólogo, que me ayudó con este problema. Supongo que será otra de las causas por la que no recuerdo mucho de aquel fatídico día.



El sol acababa de ponerse por los picos de las montañas cuando llegamos al abandonado lugar. Desde cerca parecía más devastado, e incluso pude ver que había una quinta casa en ruinas. Luis me empujó con fuerza y caí al suelo cubierto con una alfombra de hojas.



-Preciosa Sandy, primero me encargaré de ti. Luego de tus “papis” adoptivos.- Rió amargamente.- Y, después de “consolar” a Nicole, la mataré sin piedad. Disfrutaré viendo como el brillo de sus claros iris se apagan. Seré lo último que vea.- Ahora sus ojos se habían abierto aún más de forma terrorífica. Parecía un besugo.



-No la tocarás.- Si se atrevía a rozarle un solo pelo, me encargaría personalmente de volver de entre los muertos para hacerle la vida imposible.



-¿Es eso una advertencia? Porque no pareces muy segura de ello.- Si hubiese tenido fuerzas me habría lanzado a su cuello y lo habría partido sin cavilaciones.




-Es una amenaza. En toda regla.- Al menos podría decirle unas cuantas cosas.- No tenías ningún derecho de matar a mis tíos, capullo.



-Eso es lo que tú te piensas, muñeca.- Volvió a reír histéricamente.

Capítulo 5. (Parte 2)

Tenía que volver a pensar en un plan. Ahora estaba en frente de mí, mirándome fríamente.



Aprecié que detrás de los árboles había unas sombras que antes no estaban. Se movían rápida y sigilosamente. ¿Serían hombres lobo? Una de esas oscuras siluetas dejó su perfil al descubierto. Parecía un… ¿guerrero? Cualquiera habría dicho que salían de una película. ¿Por qué todo aquí parecía sacado de una producción cinematográfica? Ya que de todas formas iba a morir, opté por no decirle nada al psicópata.


-¿Por qué?- Pregunté. Necesitaba ganar tiempo.


Pero Luis no era tonto. Un loco con alguna que otra neurona. Miró mis ojos, impasible, y como si pudiese atisbar los movimientos de las sombras en mis pupilas, se giró y adquirió una postura de ataque. Se transformó e intentó lanzarse con sus afiladas garras hacia mí, pero rodé por el suelo y esquivé el golpe. Se había dado demasiado impulso, por lo que acabó empotrándose contra el árbol que había a mi espalda. Corrí como alma que lleva el diablo. Si quería seguir viva sería mejor no pararme.



Me interné en la oscura densidad del bosque. La visión nocturna no era mi fuerte. Choqué contra un guerrero y perdí el equilibrio, pero antes de caer, me agarró por los hombros y me sostuvo firme.



Estaba aturdida. Alcé la mirada y quedé alucinada con lo que vi. Un chico de aproximadamente mi edad, de pelo castaño oscuro y ojos claros me observaba de arriba abajo. Parecía un ángel caído del cielo. Por su ropa, sacado del siglo XVIII, pero un ángel igualmente. Sentí que podría perderme en el azul cielo de sus iris durante horas y horas.


Hasta que un intenso dolor empezó a subir por mi brazo, sacándome de la ensoñación.

Había llevado mi muñeca a su boca, mordiéndome. Unos dientes largos afilados habían aparecido como por arte de magia donde antes estaban sus colmillos. ¿Qué leches hacía? ¿Eso no era cosa de los vampiros?


Sin duda otro pirado. Aparté mi antebrazo y me alejé de él. Miré la herida. Aquella marca no podría haberla producido unos dientes normales. Bueno, unos dientes normales, y más de un chico así, no suelen morder a una persona.


Levantó la vista y clavó sus ojos en los míos. Dio media vuelta y se marchó sin dar explicaciones.


Perseguí al “angelito”, pero era demasiado ágil y rápido para mí. Tropecé y caí al suelo por segunda vez en los últimos cinco minutos.


De la herida emanaban dos hilillos de sangre que serpenteaban dubitativos por mi brazo, manchando mi fina sudadera. Me la quité al instante, quedándome solo con la camiseta blanca de tirantes cruzados y me la até a la cintura. Una gota de fluido carmesí cayó solitaria a mis pitillos negros. Estos no me los quitaría. Cerré los dedos alrededor de mi muñeca, tenía que procurar que coagulara.


Esa chaqueta era mi favorita, me la regaló Nicole por mi cumpleaños.


Cada vez me escocía más. ¿Y si me convertía en lobo? ¿Quién me ayudaría a sobrellevarlo? ¿Era verdad que se transformaban a la luz de la luna llena? Alcé los ojos al cielo. La esfera blanca relucía en el oscuro manto recubierto de estrellas. Yo diría que estaba creciente. ¿Sería doloroso? ¿Tendría que unirme a una manada? ¿La plata sería su punto débil? Cientos de preguntas se amontonaban en mi cabeza, prisioneras por no tener respuestas que pudiesen resolverlas.


Pero había una que me hacía perder los nervios:

¿Podría evitar convertirme en un monstruo?