lunes, 27 de junio de 2011

Capítulo 9. (Parte 1)


9. Aparición inesperada

(2 meses después)

Últimamente la vida parecía sonreírme. Becca había abandonado la caza de ciervos para encargarse de sus hijos, por lo que Henry y yo nos dedicábamos a cogerlos por ella. Echaba de menos a Jisa y Eliseo. Habían sido muy amables con Nicole y
conmigo. Habían sido como padres para mí. A mi prima también la extrañaba. Todas las costumbres diarias que hacía con ella las había perdido. Esos momentos de risas inacabables podría perderlos para siempre.

Caminábamos de vuelta a casa. Habíamos cazado tres ciervos y sonreíamos contentos. Mi técnica mejoró considerablemente con el paso del tiempo, ya era capaz de inmovilizar a mi presa con un solo golpe. Henry me miraba emocionado.
-Has estado genial. Eres increíble, de verdad.-Este chico hacía que se me saltaran los colores.- Nunca había visto a nadie mejorar tan rápido. A mí me costó mucho acostumbrarme. – Eso no me lo esperaba.

-¿En serio?

Sin embargo, Henry no me respondió. Miraba fijamente a su casa, donde todos estaban
fuera. Nos temíamos lo peor. Corrimos lo más rápido posible, pero no estaban
heridos, sino que saludaban a alguien. Observé la figura que atraía a todas las
miradas. Un perfil esbelto y una melena rubia era lo más llamativo de semejante
personaje. Me sorprendí al verla, allí en frete mía, después de tanto tiempo.
-¿Qué haces aquí?- Que simpática soy. Hace dos meses que no la veo y lo primero que
se me ocurre decirle es un simple: ¿Qué haces aquí? Hay que joderse.
-Como siempre tan amistosa.- Como siempre echándome en cara todo lo malo. Ella
sonreía, aparentemente feliz.- Jisa y Eliseo me contaron todo lo sucedido con Luis. He estado ahorrando dinero durante este tiempo, por eso he tardado tanto en venir a verte.- ¿De verdad había estado trabajando? No daba crédito a mis oídos. Tenía colgada en la espalda
una pequeña mochila. Llevaría ropa de cambio, supuse que pasaría la noche con
nosotros.- ¿No vas a presentarme?
-Por supuesto. Estos son: Becca, Henry, Robert y Emily.- Dije mientras los señalaba respectivamente.- Familia. Esta es Nicole.- Tras varios “encantado/a”, mi prima prosiguió:
-Tía, no te puedes imaginar que cosa más graciosa he visto cuando venía de camino.- La risa se escapaba nerviosa de sus labios.- Era como una broma, como cuando pierdes una apuesta, ¿sabes? Pues, he visto a unos tíos muy raros, vestidos de guerreros o algo así. Incluso llevaban armas. A lo mejor están rodando una peli por aquí cerca.- Sabía que la idea de la grabación no era ninguna idiotez…
-Espera, ¿venían hacia aquí?- Preguntó Henry tenso.
-Eh…sí. Andaban en la misma dirección que yo. Estaban asentados a un kilómetro de
aquí más o menos.
-Tenemos que marcharnos. ¡Ya!- Gritó Becca histérica. Agarró a Robert y a Emily de la
mano y entró en la casa a toda prisa. Que los guerreros estuvieran tan cerca de
nosotros era un gran problema. Probablemente querían acabar con nosotros.
-Sandy, tú también. Si Nicole quiere venir, tiene las puertas abiertas.- Henry miraba
el horizonte, comprobando que ningún guerrero anduviera espiando. Claro que
iría con nosotros. Después de lo de Luis yo era la única persona que le
quedaba.

-Nicole, nos vamos. Ahora no lo entenderás, y prometo explicártelo más adelante, pero
nuestras vidas corren peligro. Confía en mí.

Henry asintió silencioso con la cabeza y entró en busca de su madre con nosotras
pisándole los talones. Becca preparaba una mochila con ropa y un botiquín de
emergencia con la tapa transparente. Atisbé que dentro de él había
antiinflamatorios y vendas, entre otras cosas. El salón de la casa Parker
albergaba una chimenea, a los lados, estanterías de gran tamaño repletas de
libros; en frente, al calor del fuego, un sofá y tres sillones rojos. Todos
muebles rústicos. Echaría de menos este lugar. Mi vida era como el Titanic, por
muchas esperanzas que le diera por llevarlo a flote, siempre acababa por
hundirse.
Henry me miraba con ojos tristes. Me acerqué a él.
-Lo siento.- Dije.- Todo esto es por mi culpa.

Capítulo 9. (Parte 2)

-¿Por tu culpa? Sandy, nada de esto es culpa tuya. Semanas antes de tu llegada,
mientras estaba cazando, percibí el olor de los guerreros. Estuve vigilando los
alrededores durante días. Y entonces allí estabas tú, acompañada de un chico de
lo más extraño. Os observaba o espiaba, llámalo como quieras,-dijo entre risas-
y tras pasar unos minutos vi un guerrero. Avisé a mi madre y seguí a los
hombres que habían matado a Luis. Te dejé en sus manos, buenas manos.- Agachó
la vista al suelo y entrelazó las manos.- Y ahora han vuelto. Era de esperar.
Es decir, ya lo esperábamos, Sandy. Todo esto ya lo teníamos preparado. Sin
embargo, esta vez no percibí su olor.- Yo tampoco. Tal vez sería porque
cazábamos en la dirección opuesta. Posé mi mano en su hombro en gesto de apoyo.
Esta familia formaba parte de mí, no quería perderla, no como a Jisa y a
Eliseo.- No permitiré que te pase nada.

-Chicos, vámonos.- Becca captaba nuestra atención desde al lado de la apagada chimenea.

-¿Necesitas ayuda?- Preguntó Henry ya en pie.

-La verdad, no recuerdo que libro era.- ¿Libro? ¿Para qué querían un libro?
-Librería izquierda. Penúltima balda, el tercero empezando desde la derecha.- Ya que la
estantería llegaba al techo, Becca rozaba con los dedos los libros de la balda
número ocho.- Sí, es ese, el azul.- Sacó el ejemplar de “Orgullo y prejuicio” de Jane Austen, el de la cubierta añil, el que
Henry le había señalado. La biblioteca comenzó a desplazarse lentamente,
dejando al descubierto unas escaleras que bajaban hasta una oscuridad absoluta.

-¿Qué es eso?- Nicole habló por primera vez desde que estábamos dentro de la casa. Se
encontraba sentada en uno de los sillones de cojines rojos. Sus ojos
verdeazulados se habían apagado ligeramente desde la última vez que la vi.
Parecía cansada y un poco asustada. El trabajo no le había venido bien, y mucho
menos decirle que nuestras vidas corrían peligro. Que ella tuviera la
posibilidad de morir en estos momentos, sí era por mi culpa. Si yo me hubiese
ido de vuelta con Jisa y Eliseo, Nicole no estaría aquí.

-Es un pasadizo que conduce hasta la otra punta de la montaña que hay tras la casa.
Así la cruzaremos en menos tiempo y sin que puedan seguir nuestro rastro.-
Henry se colocaba la mochila en la espalda e incitaba a su madre a coger a los
niños. Agarré a Nicole por el brazo y juntos, los seis, nos adentramos en la
densa oscuridad. Sin embargo, tras haber dado así como unos treinta pasos, la
negrura del lugar se fue disipando. Unas pequeñas luces colgaban de la pared,
permitiéndonos ver por donde caminábamos.

Llevábamos veinte minutos de caminata cuando comenzamos a ver un poco de luz al final de
túnel.
-Ya casi hemos llegado.- Susurró Becca desde atrás. Henry era el primero, seguido
de Robert y Emily, después Nicole, y yo la penúltima.
El sol relucía alto en el cielo. Salimos de una cueva que estaba bien escondida,
difícil de ver a simple vista. Unas grandes enredaderas tapaban a la perfección
su entrada, haciendo imposible su detección desde lejos. Deseaba estar al aire
libre. El pasillo tan estrecho y oscuro me había agobiado, pero no solo había
sido por eso: En mitad del camino oí como entraban en la casa de los Parker y
la revolvían con el fin de matarnos. El pasadizo no duraría oculto mucho tiempo
a sus ojos, es decir, no tardarían en encontrarnos.


lunes, 20 de junio de 2011

Capítulo 8. (Parte 1)






8. Mi primera caza



Unos finos labios húmedos besaron mi acalorada mejilla. Abrí lentamente los párpados y, tras aclararse las imágenes que veía distorsionadas por el adormecimiento, atisbé a Emily sonriente. La niña era de lo más linda. Su liso cabello de color castaño parecía sedoso y sus iris transmitían la más tierna infancia. Cogí mis pantalones y me los puse bajo las mantas a una velocidad supersónica. No me importaba que Emily me viese en ropa interior, pero pensaba que no era lo más adecuado. Sonreí a la niña y entré en el baño. Tras darme una rápida ducha, salí para hacer mi cama, pero para mi sorpresa ya estaba hecha. Se me habían adelantado y me sentí culpable. Encima que me dan cobijo, me hacen las tareas.


Caminaba por el pasillo cuando llegó a mi nariz un olor familiar. Me detuve y lo estudié con mayor atención. Bacon. Oh Dios mío. Fue entonces cuando me di cuenta de que estaba hambrienta. Me dirigí a la cocina y encontré a Becca entre los fogones.


-Umm… Mi desayuno favorito.- Dije entre babas y relamiéndome.- Las tripas, mis tripas, sonaron con fuerza, reclamando su comida.


-No es para ti, Sandy.- Rió dulcemente.- Es para Emily y Robert.


-¡Pero si has preparado como para una familia de cinco personas!- Seguro que sobraría algo. A no ser que, Emily y Robert fueran dos gigantes con un hambre voraz, cosa que dudaba.


-Un licántropo come el doble que un humano.- Guay. Obviamente ya no podía definirme como humana.


-Entonces, ¿qué desayunaremos nosotras?- ¿Por qué pregunté? En realidad me esperaba la respuesta, pero no quería oírla.


-Tú y yo saldremos a cazar. Cuanto antes mejor. Espero que cojamos un ciervo, así que no te detengas ante nada.- Sí, me lo esperaba, pero fue como darme un golpe en el abdomen. ¡Me gustan los animales! ¿Me iba hacer matar a un ciervo? Me gustan los animales… también comerlos. Y yo tenía mucha hambre.


-¡Bien, ciervo!- No podía creer, que dos criaturas como los pequeños hermanos, fueran capaces de comer un animal así, con todo… contenido.


-Es su plato favorito. Suelo tardar bastante en cazarlo, pero con tu ayuda no creo que tardemos más de una hora.- Una hora. Y le parecía poco. Me costaría mucho acostumbrarme a todo esto.




“Cazar un ciervo. Vas a cazar un ciervo”. Me repetía constantemente. Becca decía que era igual que jugar al pilla-pilla. Sí, vale, pero en el pilla-pilla, el “pillado” no es devorado por una manada de lobos hambrientos.


También me dijo que para transformarme tenía que buscar en el interior de mi corazón y sacar mi lado más salvaje, más natural. Todo eso me sonaba a frases de novelas tipo: “Contigo hasta el fin del mundo”. Por mucho que lo intentaba no podía. Además, si seguía por ese camino, solo conseguiría tirarme un pedo de arrea, y entonces sí que tendría ganas de devorar, devorarme a mí misma. Becca reía por lo bajo. Menudo aspecto tendría. Seguramente me asemejaba al caganet del Belén de navidad. Tierra trágame.


Levanté la vista al cielo y cerré los ojos. Imaginé mi cuerpo transformándose poco a poco en un lobo, un precioso lobo blanco. Podría hacerlo. Claro que podía. Podía hacerlo. Sonreí para mis adentros y caí al suelo a cuatro patas inconscientemente. Observé el lugar donde antes estaban mis manos, ahora, unas garras afiladas ocupaban su lugar. El pelaje era de un negro azabache como la noche. Mis tripas lobunas volvieron a rugir. La idea de comer un ciervo ya no me parecía tan descabellada.


Corríamos por el bosque a la velocidad de la luz. Notaba como mis sentidos se agudizaban a medida que me acostumbraba a mi forma lobuna. Oía todo lo que sucedía mí alrededor, incluso los aleteos de pájaros. Con una simple inspiración, descubrí olores desconocidos para mí, para una persona que visitaba los bosques con frecuencia. Todo aquello era fascinante. Me sentía viva, como si acabase de renacer.


Giramos a la izquierda. Las ramas que salieron disparadas con la derrapada, volaron hasta chocar con el árbol más próximo, haciéndolas estallar en diminutos pedacitos. El olor a ciervo era palpable en el ambiente. Deduje que, aproximadamente, estarían a unos doscientos metros. Percibí en la mirada de Becca que no me equivocaba, estaban cerca. Entendí a la perfección lo que quería decirme con solo mirarla. Increíble.

Allí estaban. Dos ciervos descansaban tranquilos en un claro. Silenciosas, esperamos el momento adecuado. Tras unos minutos, y un despiste de los animales, nos abalanzamos contra ellos. No me costó mucho tumbarlo. Becca todavía peleaba con el suyo, por lo que no dudé en ayudarla. Estaba emocionada. La adrenalina recorría ansiosa todo mi cuerpo. Me había gustado, la sensación de cazar, sentir el viento sobre mi pelaje, las caricias producidas por la hierba…

Capítulo 8. (Parte 2)

Llegamos a la casa con los ciervos a cuestas. Los niños coreaban a nuestro alrededor un alegre: ¡Hurra! Becca sonreía de oreja a oreja y decía cosas como:




“-¡Has estado impresionante! ¡Parece mentira que fuera tu primera caza! Sandy, has nacido para ser loba.”


Estas palabras me parecieron más bien tonterías que se dicen a los novatos para darles ánimos, pero a mí no me hacían falta ninguna clase de motivaciones. Adoraba ser un lobo. Parece mentira lo rápido que uno puede cambiar de opinión, en tan poco tiempo. Era mejor que pensar que era un monstruo asesino.

De repente, noté que alguien venía hacia la cocina. Adopté una pose de ataque, dispuesta a proteger a la familia. Sin embargo, Becca me tranquilizó:


-Tranquila, es Henry.- Henry. Supuse que sería el cabeza de familia. El padre de los niños, esposo de Becca, el señor Parker. Lo imaginé como un amable señor, de ojos verdes, como Emily; rubio, como Robert y con ropa de trabajo. Me encantaría conocerlo.


-¿Quién es?- Pregunté de todas formas.


-Es mi hijo mayor. Tiene diecisiete años. Fue detrás de los guerreros, por eso no estaba ayer.- Mi primer pensamiento fue: ¿Estará bueno? Típica pregunta de una chica adolescente con las hormonas revolucionadas, y más ahora con lo del licántropo. ¿Sería rubio o moreno? ¿Ojos oscuros o claros? Seguramente estaría fuerte y grueso, con lo que le daba su madre…


Poco después entró en la habitación, dejándome con la boca abierta. Era mucho más guapo de lo que me lo había imaginado. Su pelo rubio ondeaba revoltoso. No llevaba camiseta alguna, pero sí unos vaqueros piratas. Muy normalitos para un chico cualquiera, pero alucinantes en un chico así. Henry alzó la mirada y me observó curioso, sonrió de forma encantadora y se presentó:

-Sí, como ha dicho mi madre soy Henry y tengo diecisiete años.- Rió dulcemente. Su voz era acaramelada, igual que sus ojos.


-Yo soy Sandy, dieciséis.- Y sucumbí al poder de reír. Estuve a punto de tartamudear, pero la risa disimuló la poca estupidez humana que me quedaba. Sin embargo Becca me miró de la misma forma que lo hacen las personas que cantan: “Sandy y Pepito se fueron a pasear, se dieron un besito…”



-Encantado de conocerte y de que vivas con nosotros, Sandy.- Extendí el brazo para darle la mano, la cogió, y tiró de mi para abrazarme. Si no me llega a sujetar con esos fuertes brazos me habría desmayado. Seguro que seríamos grandes amigos.


Tras las presentaciones, nos dispusimos a cenar. Se dice que: “Por muy feliz que te vaya el día, siempre habrá algún imbécil que te lo estropee”. Yo sentía que nada ni nadie, podía estropear este momento.


Me sorprendió que Henry se mostrara tan amable con sus hermanos. Normalmente los mayores pasan de los pequeños porque son una carga.


-Hace días que no los ve. Si no fuera por él… No sé si hubiéramos sobrevivido al ataque.- Becca estaba afectada ante lo sucedido. Miré a Henry. Él pareció notar que lo observaba y dejó a Emily en el suelo.


-Solo conseguí ver a un guerreo. Tuve la sensación de que era un licántropo y apostaría el cuello a que es cierto. Madre, seguramente sería un imbécil que querría divertirse o que no quiere reconocerse como de su raza. No creo que estuviese ahí como un infiltrado.- Dijo riéndose por lo bajo.- Espero que no os causara problemas porque me quedé con su cara. Era un chico con el pelo negro, los ojos grandes y azules. Seguro que los habrá utilizado para morder a alguna chica atontada.- Con cada palabra que decía, aumentaba el rubor en mis mejillas. Yo era esa chica atontada.


-Fue el que me mordió.- Susurré lo más bajo posible, lo suficiente como para que fuera audible. Tal y como había dicho Henry, sus ojos azules me habían hipnotizado. Y aún los recordaba encantadores. A pesar de haberme mordido. Y aunque tuviera un chico guapísimo delante, mi corazón latía con fuerza por volver a ver al angelical guerrero, al guerrero de hipnotizadores ojos azules.

lunes, 13 de junio de 2011

Capítulo 7. (Parte 1)



7. Maneras de vivir


Becca caminaba de con los dos niños cogidos de la mano. El silencio de la noche era vacilante, solo de vez en cuando se resquebrajaba con el austero sonido del viento de poniente. El paisaje estaba cambiando. Del desolador, solitario y vacío bosque del pueblo abandonado, habíamos ido a parar a un lugar de aspecto totalmente opuesto. Cerré los ojos e intenté imaginar cómo sería este sitio con los áureos rayos otorgados por el sol. La brisa rozaba mi rostro como si fuese de un sedoso terciopelo. Sentir las pequeñas espirales volar a mí alrededor, la grata calidez fluir por mi piel… sin duda, de los placeres más deseables que recuerdo.


El chasquido, producido por una fina rama que acababa de pisar, fue el causante de que saliera de mi ensoñación. Sin duda, últimamente me gustaba demasiado alejarme de la realidad y desligar mis pies de la tierra. La herida producida por el chico angelical ardía sin cesar. Estaba segura de que, si gritaba por el dolor, conseguiría despertar a todo bicho viviente en un campo con cinco kilómetros de radio. Sentía como la sangre había parado de fluir, sin embargo, todavía me mortificaba significativamente.


El horizonte cada vez se tornaba más claro y pude sentir como poco a poco, el frío que estaba sintiendo se disipaba. Tras varios minutos andando, llegamos a una vieja casa de apariencia acogedora. Estaba situada en un claro lleno de flores silvestres. El conjunto en sí era bastante bello a la vista. Todavía no había visto la vivienda por dentro, pero por fuera, necesitaba varias manos de pintura. Sería agradable dormir allí en vez de a la intemperie. Por adentro no era muy diferente, estaba escasa de decoración. La cocina, pequeña y amena, poseía un honor antiguo, una pila y una mesa redonda en el centro. En torno a ella, unas sillas, que apostaría eran de roble, estaban deterioradas por el paso del tiempo. Nada que no se pudiese solucionar con una mano de barniz. Los primeros rayos del alba entraban traviesos por los resquicios de las cortinas, las cuales eran de un color beis pálido. Becca, que había llevado a los niños a su dormitorio, ahora estaba examinando todos y cada uno de mis movimientos. Sintiéndome observada como un pececito de colores dentro de una pecera, opté por sentarme en una de las sillas.


-¿De dónde vienes?- Y antes de permitirme responder, cortó toda opción.- ¿Quién te marcó?- Seguí su mirada delatante y aprecié que se refería a la mordedura.


-Vengo de Shinix-Ville. No sé quién era. Intenté seguirle, pero era demasiado rápido para mí.- Decidí confiar en ella, ya que era la única persona que parecía saber algo de todo esto, la cual, podría resolver mis dudas.


-¿Tienes idea qué significa esa marca? ¿O quienes eran esos guerreros?- Vaya. La definición de “guerreros” parecía la correcta. Al menos había acertado en algo.


-Sospecho que la marca está relacionada con lobos. Los guerreros… digamos que solo sé que no sé nada.- ¿De verdad había dicho eso? Me iba a convertir en un monstruo, eso seguro. Y, ahora que lo pensaba, ella había dicho: “De los nuestros”. También era licántropo.

Capítulo 7. (Parte 2)



-Sandy, espero que entiendas lo que esto significa. Que un guerrero te haya marcado quiere decir que hay infiltrados entre ellos… Lo pensaré, mientras puedes quedarte el tiempo que quieras. El que haga falta.- La expresión de su rostro se había relajado.- Ellos son Robert y Emily.- Del marco de la puerta asomaron las cabecitas los niños que acompañaban antes a Becca. Aparentemente el interrogatorio había terminado. Ahora empezaba a ver que era hospitalaria y generosa conmigo, estaba ofreciendo un sitio donde alojarse a una persona que no conocía de nada. O eso, o que era como la bruja del cuento de Hansel y Gretel, y solo quería engordarme para devorarme. Aunque las dos versiones podían ser correctas, prefería creerme la primera.




-Soy Sandy. Encantada de conoceros.- Acerqué mi mano a los niños, pero estos se alejaron silenciosos de ella. No parecían muy acostumbrados a las visitas.




-Los lobos hemos sido capaces de escondernos a lo largo de los siglos entre las sombras, en la oscuridad. Silenciosos, cuidadosos, como si no fuera con nosotros. Los guerreros son nuestros enemigos. Quieren acabar con la especie que, según ellos, destruye pueblos y amenaza a familias sin piedad.- Informó algo incrédula con lo que decía.- Si vuelven a atacar, no nos quedará otra opción que marcharnos al pueblo del norte. El único que no ha huido.

-¿Y por qué no lucháis?- Pregunté algo airada.- Sois licántropos.- Tras decir aquello percibí un destello de nostalgia en los ojos de Becca. ¿Qué posibilidades tenían una mujer y dos niños pequeños contra todo un ejército?




-Tengo miedo por mis hijos, Sandy. Poseen cualidades extraordinarias que han acabado incluso con los lobos más fuertes. Todo sin pretenderlo.- El dolor era palpable en sus palabras. Los niños jugaban tranquilos bajo la mesa, absortos a la conversación.- Te contaré todo lo que debes saber acerca de los hombre-lobo. Lo primero, olvida lo que hayas oído en las películas. Somos capaces de cambiar de forma a nuestro gusto, en cualquier momento, y no con la luna llena. Eso son sandeces. Hay lobos que son asesinos descontrolados que, sí, matan personas por gusto. Debo decir en nuestra defensa, que la mayoría no somos así.- Becca quedó pensativa ante la multitud de posibilidades e información, probablemente errónea, que daba el cine y la literatura de hoy en día.- Aguantamos el frío a la perfección. Tu cuerpo siempre se mantendrá a una temperatura constante, normalmente por encima de los treinta y nueve grados. Podemos entrar en las iglesias.- Contuve la risa ante tal afirmación. Nunca se me habría pasado por la cabeza que a un hombre-lobo le estuviese denegada la entrada a un lugar así. Y lo del frío… supongo que tendrá sus ventajas.- Creo que ya es bastante por ahora. Ven. Voy a cubrirte la marca.-Me alegraba oír que no todos eran como los salvajes licántropos que yo conocía. Agradecía que no me instara con más información. Mi cabeza no daba para más.




Caminamos por un estrecho pasillo hasta llegar a un baño situado al final del mismo. La luz únicamente procedía de una lámpara azul colgada del techo. Tras haberme sentado en el váter, Becca cogió mi mano y la examinó minuciosamente.




-Esta marca no la ha hecho un lobo cualquiera. Deberías haber tenido más cuidado.- Susurró mientras vendaba la herida.- Sanará en pocos días, pero que sepas que estarás marcada para siempre.- Para siempre. Siempre sería un monstruo. Becca observó mi rostro, contrariado por los retorcidos pensamientos.




-Estarás cansada y querrás pensar en todo esto. Sígueme, te enseñaré tu cuarto.


Mi nueva habitación era bastante parecida a la del loft en Shinix-Ville. Sin embargo, esta tenía las paredes azul verdoso. Las camas estaban revestidas con unas sábanas blancas con rayas de tres colores: verde, azul y gris. Supuse que una de ellas sería para Emily. Dejé la sudadera y decidí que lo mejor sería dormir sin pantalones. ¿Quién iba a verme debajo de las mantas? Tras haber hecho esto, me tumbé sobre el delicado y cómodo colchón. Las finas hebras acariciaban mi piel, relajando los doloridos y tensos músculos. Inspiré débilmente, dejé que la oscuridad me cegara y transportara hasta un profundo sueño.

lunes, 6 de junio de 2011

Capítulo 6. (Parte 1)



6. La marca.


Tenía que averiguar quién era ese joven. Cuando me convertiría en una bestia. Y si podía evitarlo.


Sin embargo, decidí caminar en dirección contraria, deshaciendo los pasos que había hecho antes de llegar aquí. Fue más difícil de lo que me esperaba, había oscurecido y cada rincón del bosque parecía distinto de cómo estaba cuando vine. Nicole y yo siempre dábamos largos paseos por la montaña, disfrutando de cada brizna de aire que solía darse allí. Mi prima y yo cambiábamos con los años, pero el bosque seguía siendo el mismo. Exceptuando que en primavera el verde era el color estrella; en verano, los naranjas resaltaban sin cesar; en otoño, los rojos y las alfombras de hojas eran algo habitual; en invierno, el blanco cubría suelos y esqueléticas ramas. Y luego vuelve al inicio, un ciclo, como la pescadilla que se muerde la cola.


Mi día a día ya no volvería a ser lo mismo. En realidad mi vida, comparada con la de otra chica de mi edad, nunca había sido del todo normal. En el colegio era la más alta de mi clase. Esto no siempre era malo, por supuesto, de hecho me encanta mi talla. Aunque siempre estaba el típico imbécil de: “¿Qué tiempo hace ahí arriba?”. Mi estatura no había sido un problema para mi autoestima. Solía pasar de ellos, sin embargo, varios enanos se llevaron algún que otro capón. Kate, mi madrina, siempre decía una frase de Mahatma Gandhi:


-“Lo que se obtiene con violencia, solo se mantiene con la misma”.


O algo así.


De todas formas, perdía el control el día que me sacaban de mis casillas. Impulsos. Que solían crearme problemas. A pesar de que mis golpes eran apenas soplos de viento, los chicos (o niños por aquel entonces), corrían en busca del consuelo de la profesora. Es decir, en andar a la caza de mí castigo.


Y en High-Phoenix… ¿nos darían por desaparecidas? ¿O Luis ya se habría encargado de ello? ¿Y si nos habían acusado a nostras del asesinato y nos buscaban para llevarnos a un centro penitenciario de menores?


No volvería si eso era así, prefería vivir al cobijo del bosque antes que encerrada en un cárcel con… más psicópatas.


Llegué al lugar donde había visto a Luis por última vez. La escena había cambiado mucho desde ese momento. El chico loco estaba tirado en el suelo con varias flechas clavadas en su espalda. Sin duda serían de los guerreros.


Me acerqué para observar más de cerca las armas que había acabado con la vida del chico panecito. Ahora que estaba muerto parecía débil e indefenso. Las saetas tenían el cuerpo de madera y la punta tenía un acabado en plata. A lo mejor el rumor de que ese elemento químico podía acabar con un licántropo era cierto.


Seguía inmersa en mis pensamientos cuando me percaté de que el pueblo volvía a estar vacío. Todos los que habían atacado a Luis se habían marchado. Ya no podía pedirle explicaciones a nadie.


Sin dudas este lugar ni siquiera constaría de existencia en un mapa. Pensaba que High-Phoenix era un lugar desolador, pero comparado con esto… ciertamente tenía un aire macabro. Si quería dar a alguien un susto de miedo ya sabía a dónde traerle. Incluso los campos de los alrededores. Todo parecía muerto. Me imaginé como sería esto en sus años lúcidos.

Capítulo 6. (Parte 2)

La imagen empezó a transformarse:







El desgastado césped empezó a resurgir del suelo, creciendo hasta la altura de los tobillos, de un tono verde primaveral. Los árboles, desprovistos de sus hojas, se dotaban de ellas y crecían sin cesar. Los pájaros volaban cerca y las mariposas revoloteaban a mí alrededor.



Sin embargo, la verdadera imagen era totalmente distinta:



El ulular de los búhos asustaba incluso al más valiente. Las ramas, famélicamente aterradoras, dejaban entrever el copioso manto de estrellas. El césped, ahora se sumía en la oscuridad de las hojas de tonos secos. Incluso la más diminuta hormiga moriría de hambre por aquí. Ni siquiera las ardillas, juguetonas en primavera, se atreverían a saltar y andar por este lugar.



Giré sobre los talones y me paré al ver una mujer tras los oxidados columpios. El susto fue momentáneo. No obstante, casi me da un infarto.



No parecía amenazadora, ni mucho menos uno de los guerreros. Tenía el pelo negro azabache y unos ojos oscuros como un pozo sin fondo. Llevaba una capa sobre la espalda, tapándola así de cintura para abajo. Se volvió y comenzó a caminar. Tras haber dado varios pasos se detuvo y me miró por encima del hombro. Con un gesto de cabeza me pidió que la siguiera. ¿Debía fiarme de ella? Tal vez se haría la misma pregunta que yo.



Avanzamos en silencio por el abandonado pueblo hasta llegar a un pequeño claro tras una de las ruinosas casas. Allí estaba ella, a la espera, juntando sus manos a la espalda, escondiendo algo tras de sí.



-¿Qué tiene ahí?- Pregunté de forma dura y seca. Definitivamente no debía confiar en nadie ¿Y si era un arma? ¿Me mataría? No tenía pinta de asesina, pero las apariencias engañan. El señor panecito es el ejemplo palpable de ello.



Una cabecita de pelo liso castaño asomó tras su capa. Parecía ser una niña pequeña, muy linda. Por el otro lado, y al unísono, apareció un niño de pelo rubio, muy mono. Ninguno se parecía a la mujer tras la que se escondían.



Lo que tenía seguro era que se ocultaban de algo peligroso, la muchacha llevaba atada a la cintura algo afilado. Una daga, tal vez. Los destellos que emitía con la luz de la luna la delataban.



Cogió mi muñeca herida con brusquedad y la examinó desconfiada.



-Bien. Eres de los nuestros.- Alzó su oscura mirada y sonrió por primera vez.



No entendía nada. ¿Ella también era un licántropo? ¿Lo serían los niños? ¿Podrían ayudarme? Sin duda mi vida había cambiado muchísimo desde que mis tíos habían muerto.



-¿Le importa si le hago algunas preguntas?- “Ni que fueras del FBI”, habría dicho mi prima. “Solo soy educada”, contestaría yo.



-Ahora no.- Dijo la señora.- Este sitio es peligroso. Te vendaré esa herida. Por cierto, puedes tutearme, soy Becca.

-Sandy.



Sin decir ninguna palabra más, seguí al trío que acababa de conocer, preguntándome cuáles serían los secretos que podrían albergar tales personajes.