lunes, 4 de julio de 2011

Capítulo 10. (Parte 1)

10. Huida
-Por allí.- Henry avistó un búnker
perfectamente cuadrado. Sin ventanas, cerrado completamente a la luz. Corrimo
s
en la dirección que señalaba y entramos sin usar la fuerza en el oscuro lugar.
Supuse que sería una vía de escape.- Marchaos.


Sabía, por lo que Becca me había
dicho y por lo que había visto en el bosque, que si se quedaba, sería para no
volver.
-Henry, ven con nosotros.- Le supliqué.
El rostro contrariado de Becca mostraba el dolor que sentía ante la idea de que
su hijo diera la vida a cambio de salvar la nuestra. Perder a un ser querido
para siempre es una sensación que no desearía ni a mi peor enemigo. Acarrearía
una carga muy pesada si supiera que alguien a quien quiero estuviese muerto por
mí culpa. No descansaría tranquila, las pesadillas y el dolor vencerían al
sueño. Ya era demasiado agónico conservar en la memoria los desgarradores
gritos e mi madre. - Por favor…
-Sandy, si voy, nos cogerán a todos,
pero si me quedo, tenéis una oportunidad de escapar. Los mantendré ocupados
durante unos minutos, segundos que
pueden ser decisivos para vosotros.- Quiso decir algo más, pero pareció
pensarlo mejor y cerró la puerta, dejando en el aire un silencio sepulcral. Un
triste silencio de lo más aterrador. Probablemente esa sería la última vez que
le viese, la última vez que viese a mi mejor amigo, a Henry. Los ojos empezaban
a irritárseme, quemándome por dentro sin tener oportunidad de detener su
carrera ya demasiado avanzada.
A mi pesar, seguí de cerca al
cuarteto que me quedaba por familia y continué hacia delante. Escruté la
habitación por primera vez. Estaba bastante desolada, muy poco cuidada. Parecía
poco transitada y era de lo más extraña. Las paredes eran de un gris apagado y
el suelo, de un blanco crudo, muy feo. El olor a moho era mareante. Las
esquinas del cuarto estaban llenas de él. ¿Es que nunca han limpiado aquí? Lo
único que tenía la sala, sin contar un sinfín de cajas enormes apiladas de
forma que llegaban hasta el techo, era un viejo ascensor, semejante al de las
minas. Sin embargo, este no aceptaba tanto peso: 100kg máximo. ¿¡Cien!? ¡Pero si nada más que entraban dos personas
como mucho y éramos cinco! Y encima teníamos a los guerreros pisándonos los
talones. Y todo eso contando con que el ascensor funcionara.
Pensé con rapidez. Becca y yo
podríamos esperar perfectamente hasta el siguiente. Nicole, Robert y Emily
bajarían los primeros. Tenían preferencia por ser los más pequeños y más
vulnerables.
-Bajar vosotras dos primero.- Dijo
Becca empujándonos dentro del ascensor. Antes de poder rechistar, continuó:-
Esperaremos hasta el próximo. No cogemos todos.- Estaba nerviosa. Lo notaba.-
Sandy, esto os llevará a una de las guaridas de los guerreros. Seguirles la
corriente en todo. ¿Entendido? No puedo dejar solos a mis hijos.
-Becca…- Pulsó el botón. Las puertas
se cerraron lentamente ante mi protesta. Busqué en el panel una manera de
abrirlas, pero solo había dos opciones: subir o bajar.

La rendija de luz me permitió ver la
última escena antes del cierre total. Tras un sonoro estruendo, la puerta del
búnker cayó golpeando el suelo fuertemente. El rostro de Becca adquirió un
blanquecino tono y se llenó de terror. Una veintena de guerreros entró en
tropel y, enfurecidos y armados, comenzaron con el fin de su matanza. El
principio de nuestro fin estaba cerca.



Capítulo 10. (Parte 2)


Intenté colarme en el hueco por el
que aún entraba algo de luz, pero era demasiado tarde. El ascensor comenzó a descender
despacio. Mientras bajábamos, numerosos estruendos de disparos, gritos, llantos
y el sonido del acero de las espadas que empuñaban, obstruían nuestros oídos
hasta hacerlo insoportable. La faz de Nicole estaba más blanquecina que nunca.

Sus ojos mostraban tristeza y sus labios recitaban un silencioso: “Lo siento”.

Deseaba que esto no estuviera
sucediendo. Que todavía estuviese durmiendo plácidamente en mi cama y dentro de
unos minutos, Emily viniese a despertarme con un cariñoso besito en la mejilla,
como cada mañana. Levantarme y ver a Becca preparando el desayuno a sus hijos.
Ir a jugar con Robert. Y sobre todo, salir a cazar con Henry.


Pero los deseos no siempre se cumplen
en esta vida. Sabía que eso no volvería a pasar, que, a partir de ahora, la
sonrisa de Emily no estaría ahí por las mañanas. Becca no me agradecería más la
caza de su comida favorita, ciervo. No volvería a tropezarme con un juguete y
Robert reiría divertido. Nunca volvería a hablar con Henry.

Una solitaria lágrima corría veloz
por mi mejilla, dejando paso a otra que venía detrás, algo más rezagada.
-Sandy, lo siento.- Nicole, que había
alzado la voz por primera vez, parecía afectada ante lo sucedido. El

verdeazulado de sus ojos ahora estaba vidrioso y algo brillante.
-No tienes porqué. No ha sido tu
culpa.- Los sollozos, que reconocí como de Robert, fueron acallados por un
único disparo. No me serviría de nada llorar, pero mejor fuera que dentro. Mi
prima cerró los brazos al rededor mi cuello y secó las lágrimas que brotaban
nuevamente con fuerza y quemaban mi húmeda mejilla. La idea de tener a Nicole a
mi lado me consolaba. Sin embargo, me sentía tristemente vacía y sola.
Las puertas del ascensor se abrieron
a nuestras espaldas. Una chica (de aparentemente treinta años) nos miraba
sonriente. Llevaba su pelo azabache recogido en un moño, atado con un fino lazo
blanco. Su traje, que parecía decir:
“Hola,
soy Concha y seré vuestra sirvienta”
, era negro por encima de las rodillas,
sin mangas y con escote barco. De cintura para abajo llevaba un delantal a
juego con la cinta y sus zapatos eran victorias con cordoneras. Sin duda Nicole
estaría pensando: “Menudo horror”.
-Vosotras debéis ser las nuevas.-
¿Perdón?
“Seguirles la corriente en
todo.”
La voz de Becca retumbó en mi cabeza formándome un nudo en la
garganta.- Soy Ally. Venid. Bienvenidas a vuestro nuevo hogar.