lunes, 6 de junio de 2011

Capítulo 6. (Parte 2)

La imagen empezó a transformarse:







El desgastado césped empezó a resurgir del suelo, creciendo hasta la altura de los tobillos, de un tono verde primaveral. Los árboles, desprovistos de sus hojas, se dotaban de ellas y crecían sin cesar. Los pájaros volaban cerca y las mariposas revoloteaban a mí alrededor.



Sin embargo, la verdadera imagen era totalmente distinta:



El ulular de los búhos asustaba incluso al más valiente. Las ramas, famélicamente aterradoras, dejaban entrever el copioso manto de estrellas. El césped, ahora se sumía en la oscuridad de las hojas de tonos secos. Incluso la más diminuta hormiga moriría de hambre por aquí. Ni siquiera las ardillas, juguetonas en primavera, se atreverían a saltar y andar por este lugar.



Giré sobre los talones y me paré al ver una mujer tras los oxidados columpios. El susto fue momentáneo. No obstante, casi me da un infarto.



No parecía amenazadora, ni mucho menos uno de los guerreros. Tenía el pelo negro azabache y unos ojos oscuros como un pozo sin fondo. Llevaba una capa sobre la espalda, tapándola así de cintura para abajo. Se volvió y comenzó a caminar. Tras haber dado varios pasos se detuvo y me miró por encima del hombro. Con un gesto de cabeza me pidió que la siguiera. ¿Debía fiarme de ella? Tal vez se haría la misma pregunta que yo.



Avanzamos en silencio por el abandonado pueblo hasta llegar a un pequeño claro tras una de las ruinosas casas. Allí estaba ella, a la espera, juntando sus manos a la espalda, escondiendo algo tras de sí.



-¿Qué tiene ahí?- Pregunté de forma dura y seca. Definitivamente no debía confiar en nadie ¿Y si era un arma? ¿Me mataría? No tenía pinta de asesina, pero las apariencias engañan. El señor panecito es el ejemplo palpable de ello.



Una cabecita de pelo liso castaño asomó tras su capa. Parecía ser una niña pequeña, muy linda. Por el otro lado, y al unísono, apareció un niño de pelo rubio, muy mono. Ninguno se parecía a la mujer tras la que se escondían.



Lo que tenía seguro era que se ocultaban de algo peligroso, la muchacha llevaba atada a la cintura algo afilado. Una daga, tal vez. Los destellos que emitía con la luz de la luna la delataban.



Cogió mi muñeca herida con brusquedad y la examinó desconfiada.



-Bien. Eres de los nuestros.- Alzó su oscura mirada y sonrió por primera vez.



No entendía nada. ¿Ella también era un licántropo? ¿Lo serían los niños? ¿Podrían ayudarme? Sin duda mi vida había cambiado muchísimo desde que mis tíos habían muerto.



-¿Le importa si le hago algunas preguntas?- “Ni que fueras del FBI”, habría dicho mi prima. “Solo soy educada”, contestaría yo.



-Ahora no.- Dijo la señora.- Este sitio es peligroso. Te vendaré esa herida. Por cierto, puedes tutearme, soy Becca.

-Sandy.



Sin decir ninguna palabra más, seguí al trío que acababa de conocer, preguntándome cuáles serían los secretos que podrían albergar tales personajes.

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