lunes, 18 de julio de 2011

Capítulo 12. (Parte 2)

-No sabes lo que me alegra oír eso.
Pero aquí no puedes transformarte. Si te ven, te encerrarán y te adiestrarán como si fueras un perro.- Dijo
alzando la voz a medida que las palabras salían de sus labios.- Ten en cuenta

que no se pararan a preguntarte si quieres o no matar a los de tu raza.- Tras
haberme asustado de verdad con sus palabras, supo canalizarlas con una amable
sonrisa.- No permitiré que te pase nada.- Buah, eso aparte de tranquilizarme,
hizo que me derritiera como una bola de helado en el desierto a las doce del mediodía. Ahora el silencio reinó en
la habitación, un silencio que decidí cortar con una simple presentación.


-Soy Sandy.- No podía dejar que el
hombre que tanto me gustaba y del que dependía mi vida no supiera mi nombre.


-Bueno Sandy, aquí tienes que tener
cuidado. Nada de acercarte a mí,- Vale. Si quería decirme que me olvidara de él
bastaba con una simple mentira en plan: “Soy gay” o “No estoy para relaciones”.
O no, mejor, haberse callado.- sino, empezarán a sospechar y nos registraran.-
Ya, ya. Arréglalo.- Te puedo asegurar, que si eso pasa, averiguarán nuestro
secreto.- A pesar de eso, me entristeció pensar que no podría acercarme a él.
Pensaba que pasaríamos más tiempo juntos. Así, aunque no fuese mi novio, como
yo quería, seríamos amigos.- Claro que no tenemos que tomárnoslo al pie de la
letra.- Traté de disimular la sonrisa provocada ante aquella aclaración. Así
estaba mucho mejor.


-¿Soy la única que lo sabe?- Pregunté
inocentemente. Seguro que tendría una novia en la que confiaba o alguien
especial a quién contárselo.


-No, mi amigo Derek también lo sabe.
Él es de los nuestros. No puedes confiar en nadie más. Ni siquiera en esa rubia
que te acompañaba.- Dicho esto lo miré por última vez y alcancé el pomo de la
puerta para salir escopetada al pasillo. Nada más cerrarla ya quería volver a
estar con él. Quería mirarlo a los ojos y decirle: Me gustas. Quería besarlo y
que él me correspondiera. Nada más llegar a la cubierta encontré a Nicole
oteando el horizonte con una sonrisa de oreja a oreja.


-¿Qué tal con el rubio?- Pregunté
sobresaltándola. No sé para qué lo hice. La expresión de su rostro respondía a
cualquiera de mis dudas.


-Genial. Parece un buen tipo y es
encantador. Está más bueno de cerca que de lejos. Además, creo que tiene un
amigo… ¿pero eso tú ya lo sabes verdad pillina? Hemos quedado con ellos,- Dijo
dándome codazos en el brazo. Mi prima había conseguido una cita doble y solo
llevábamos aquí un día. UN DÍA. Ahora solo podía pensar en Johnny, o como lo
llamaba antes: Miki ojos azules, y nuestra cita. Me sonrojé vagamente al
acordarme de él.


-Solo me ha dicho dónde estaba
nuestro camarote. Yo de ti no me ilusionaría. Recuerda que trabajamos para
ellos.- Por fuera parecía decir: “Es una estupidez lo de la cita”. Por dentro:
“Quiero tener esa cita ya”. Pero también quería mantener nuestra tapadera.


-Ya tardaba en venir la aguafiestas.-
Refunfuñó Nicole con un gran suspiro.


Nuestro camarote era mucho más
pequeño que el de Johnny. Nuestras camas, o mejor dicho, la litera, estaba
situada a un lado, y en la pared de enfrente había un pequeño armario. Un
pequeño ojo de buey daba al lado oeste.


-¿Cómo voy a meter toda mi ropa
aquí?-Gritó Nicole al ver el diminuto armario. De todas formas, tampoco llevaba
tantas prendas.- Menos mal que no te dio tiempo a coger nada de ropa, sino no
nos cogería ni de broma.- A veces, por no decir siempre, mi prima era una
egoísta.


Tras haberme puesto la ropa que Nicole
había preparado para mí para esa noche, observé la suya muy bien conjuntada:
camisa de rayas azules y blancas con un hombro al aire y shorts vaqueros.


-A la. Guapísima. Vámonos.- Observé
por última vez mis pantalones un poco más largos que los suyos y la sudadera de
Snoopy que me había puesto encima de la camiseta con el pollito. Me mordí el
labio inferior en gesto indeciso. Empezaba a dudar de mi aspecto, de mi ropa,
de mi pelo, de mí misma. La duplica que se reflejaba en el espejo empezaba a
deformarse hasta convertirse en un espantoso payaso con una gran nariz roja. Se
colocó una máscara de carnaval, y se rió de mí de forma histérica. La locura se
apoderaba de todo mi cuerpo como si de electricidad por el cobre se tratara. Tal
vez no estuviera preparada para esto.


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