lunes, 3 de octubre de 2011

Capítulo 19 (Parte 2)


Henry: no sabría cómo definirlo, era musculoso, alto, rubio y con ojos color chocolate. Sin embargo, lo que menos me importaba de Henry era el aspecto. Incluso besaba genial, pero eso tampoco me importaba tanto como su personalidad, eso era lo que más me gustaba de él.

Si el exterior de Henry era arrollador, el interior lo era todavía más: bueno, comprensivo, sensato, dulce y estaba dispuesto a arriesgar su vida por mí –cosa que no haría cualquier chico por mucho que le gustases–.

Pero hasta ahora, Henry no había sido más que mi mejor amigo, y mi mente decía que eso debía seguir siendo así. Mi cabeza me decía que fuera feliz con mi relación con Johnny, pero mi… ¿corazón? y mi lado menos juicioso decía que había nada malo en probar algo nuevo. Sin embargo, no llevaba nada con Johnny. Todo era demasiado nuevo entre él y yo.

Pero Henry… la verdad es que era tan cariñoso. “Disfruta de las pequeñas cosas”, repitió mi mente. Siempre se preocupaba por cosas irrelevantes, pequeños detalles que cualquiera pasaría por alto. Él era así: detallista, romántico… También había pasado muchos momentos con él: cada mañana que salíamos a cazar, cada vez que nos quedábamos observando las estrellas mientras charlábamos y reíamos.

Mi cerebro formó una lucha virtual entre las dos posibilidades. Cada una saltando a la contestación de la otra mientras yo sentía que se me ponía la cabeza como la Reina Roja de Alicia del país de las Maravillas para luego estallar.

Escruté mi entorno en un intento desesperado de apartar a un lado mis desbocados sentimientos. Me había sentado en un carril de tren oxidado, lleno de musgo y delgados charquitos formados por la nieve. Solo llevaba una sudadera y mi termómetro corporal marcaba unos veinte grados centígrados. Nunca más volvería a sentir el frío en su estado puro. Aunque tenía su parte buena; podría meterme en un lago congelado que no pasaría nada, tampoco me moriría de frío. Olfateé el aire. Una fina sonrisa apareció en mi rostro. Aspiraba aire limpio y puro. ¿Dónde estamos?, me pregunté. El paraje que me rodeaba parecía sacado de un cuento de navidad: frondosos árboles con las copas llenas de nieve, casitas/cabañas acogedoras… Solo faltaban pingüinos o algo por el estilo. Por la duración del viaje estaríamos en alguna isla por encima de América del Norte, pero era imposible saber cuál con exactitud. Se lo preguntaría a Henry…

Volvía a estar en el tema, de nuevo, no podía evitarlo. No quería olvidar a ninguno. Pero tenía que elegir. Elegir entre dos tíos que me querían, formaban parte de mi vida y, aunque quería pensar que eso era irrelevante, que estaban súper buenos. La decisión estaba en mis manos y en cada una de ellas había un chico que arriesgaría su vida por mí. Repito que nunca había pasado por esto y que me estaba pasando factura. Lo veía demasiado peliculero, de literatura romántica o de novelas de estas que echan por la tele a la hora de la siesta.

Creí que una chica normal como yo –me consideraba normal incluso entre los licántropos– nunca tendría que elegir entre dos caballeros. Pero el destino a veces era injusto y tenía que decidirme. El tiempo pasaba y la caída del sol me lo indicaba, pero las ideas de mi cabeza se resistían a avanzar y preferían ir en dirección contraria. En vez de aclararse se enredaban entre ellas, formando un manojo de pensamientos inconcluyentes en mi cabeza que me provocaba jaqueca.

Decidí zanjar el tema. Puede que mi medida no fuera la correcta, pero a veces es necesario cometer errores y así aprender de ellos.

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