lunes, 13 de junio de 2011

Capítulo 7. (Parte 2)



-Sandy, espero que entiendas lo que esto significa. Que un guerrero te haya marcado quiere decir que hay infiltrados entre ellos… Lo pensaré, mientras puedes quedarte el tiempo que quieras. El que haga falta.- La expresión de su rostro se había relajado.- Ellos son Robert y Emily.- Del marco de la puerta asomaron las cabecitas los niños que acompañaban antes a Becca. Aparentemente el interrogatorio había terminado. Ahora empezaba a ver que era hospitalaria y generosa conmigo, estaba ofreciendo un sitio donde alojarse a una persona que no conocía de nada. O eso, o que era como la bruja del cuento de Hansel y Gretel, y solo quería engordarme para devorarme. Aunque las dos versiones podían ser correctas, prefería creerme la primera.




-Soy Sandy. Encantada de conoceros.- Acerqué mi mano a los niños, pero estos se alejaron silenciosos de ella. No parecían muy acostumbrados a las visitas.




-Los lobos hemos sido capaces de escondernos a lo largo de los siglos entre las sombras, en la oscuridad. Silenciosos, cuidadosos, como si no fuera con nosotros. Los guerreros son nuestros enemigos. Quieren acabar con la especie que, según ellos, destruye pueblos y amenaza a familias sin piedad.- Informó algo incrédula con lo que decía.- Si vuelven a atacar, no nos quedará otra opción que marcharnos al pueblo del norte. El único que no ha huido.

-¿Y por qué no lucháis?- Pregunté algo airada.- Sois licántropos.- Tras decir aquello percibí un destello de nostalgia en los ojos de Becca. ¿Qué posibilidades tenían una mujer y dos niños pequeños contra todo un ejército?




-Tengo miedo por mis hijos, Sandy. Poseen cualidades extraordinarias que han acabado incluso con los lobos más fuertes. Todo sin pretenderlo.- El dolor era palpable en sus palabras. Los niños jugaban tranquilos bajo la mesa, absortos a la conversación.- Te contaré todo lo que debes saber acerca de los hombre-lobo. Lo primero, olvida lo que hayas oído en las películas. Somos capaces de cambiar de forma a nuestro gusto, en cualquier momento, y no con la luna llena. Eso son sandeces. Hay lobos que son asesinos descontrolados que, sí, matan personas por gusto. Debo decir en nuestra defensa, que la mayoría no somos así.- Becca quedó pensativa ante la multitud de posibilidades e información, probablemente errónea, que daba el cine y la literatura de hoy en día.- Aguantamos el frío a la perfección. Tu cuerpo siempre se mantendrá a una temperatura constante, normalmente por encima de los treinta y nueve grados. Podemos entrar en las iglesias.- Contuve la risa ante tal afirmación. Nunca se me habría pasado por la cabeza que a un hombre-lobo le estuviese denegada la entrada a un lugar así. Y lo del frío… supongo que tendrá sus ventajas.- Creo que ya es bastante por ahora. Ven. Voy a cubrirte la marca.-Me alegraba oír que no todos eran como los salvajes licántropos que yo conocía. Agradecía que no me instara con más información. Mi cabeza no daba para más.




Caminamos por un estrecho pasillo hasta llegar a un baño situado al final del mismo. La luz únicamente procedía de una lámpara azul colgada del techo. Tras haberme sentado en el váter, Becca cogió mi mano y la examinó minuciosamente.




-Esta marca no la ha hecho un lobo cualquiera. Deberías haber tenido más cuidado.- Susurró mientras vendaba la herida.- Sanará en pocos días, pero que sepas que estarás marcada para siempre.- Para siempre. Siempre sería un monstruo. Becca observó mi rostro, contrariado por los retorcidos pensamientos.




-Estarás cansada y querrás pensar en todo esto. Sígueme, te enseñaré tu cuarto.


Mi nueva habitación era bastante parecida a la del loft en Shinix-Ville. Sin embargo, esta tenía las paredes azul verdoso. Las camas estaban revestidas con unas sábanas blancas con rayas de tres colores: verde, azul y gris. Supuse que una de ellas sería para Emily. Dejé la sudadera y decidí que lo mejor sería dormir sin pantalones. ¿Quién iba a verme debajo de las mantas? Tras haber hecho esto, me tumbé sobre el delicado y cómodo colchón. Las finas hebras acariciaban mi piel, relajando los doloridos y tensos músculos. Inspiré débilmente, dejé que la oscuridad me cegara y transportara hasta un profundo sueño.

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